Brigitte Bardot ya lo sabía. Lo de que la carne es pecado. Es decir, la carne del plato. La actriz aplaude la valentía de la fatua alimentaria lanzada por la OMS. Porque a Bardot, defensora total de los animales y atacante selectiva de los seres humanos, el beicon le olía a chamusquina desde hace mucho tiempo. Su olfato no estuvo tan fino con la familia Le Pen, que quizás se aromatice con lavanda de La Provenza. Pero en lo de la carne su nariz no le ha fallado. Ahí está la OMS. Su alerta divide de nuevo a la población mundial en dos partes, ricos y pobres. Dos frentes diferentes pero igualmente descolocados por el desafío a los carnívoros. Los millones de pobres del globo cuyo único objetivo es sobrevivir ya quisieran llevarse a la boca un maligno chuletón o una pérfida ración de jamón, aunque no fuera ibérico. Y los millones de habitantes de los países ricos digieren el aviso como pueden, entre fábricas y coches humeantes, bajo las ya clásicas nubes de contaminación urbanas, en litorales ricos en vertidos varios y respirando buenas dosis de pesticidas. Los unos sin acceso a la Sanidad, los otros con Sanidad menguante. En este contexto, la triple amenaza del chorizo, el salchichón y la cecina se achica hasta quedarse en una especie de chascarrillo de barra de bar y de red social.
De la lista negra, para gran disgusto de Brigitte, se salva el pollo, como si la mayoría de los que se comercializan se criaran libremente cazando insectos entre la hierba de un corral. Ah, pero es carne blanca, no pasa nada aunque alguna pechuga emita burbujas en la sartén como si fuera un pez. De momento tiene bula de la OMS. Pero que nadie se confíe, porque la tentación de la carne siempre es fuerte...