El 4 de julio de 1845, el agrimensor y fabricante de lápices Henry David Thoreau agarró sus bártulos, dejó a los vecinos de Concord con los patrióticos festejos del Día de la Independencia y se instaló en una cabaña a orillas del lago Walden. Nacía así un libro memorable, Walden, y un escritor que hoy se venera en Estados Unidos como pionero del ecologismo y de la lucha por los derechos individuales.
Thoreau, que se definía a sí mismo como «inspector de ventiscas y diluvios», fue quien acuñó la idea de desobediencia civil, que explica en las 30 páginas de un ensayo donde relata cómo acabó en la cárcel por negarse a pagar sus impuestos en protesta por la guerra contra México y la esclavitud.
Escuchar ahora a los cachorros de las élites y oligarquías del 3 %, a los niños mimados en las aulas del Liceo Francés o el Colegio Alemán de Barcelona, diciendo que están oprimidos y hablando con tanto desparpajo de desobediencia civil es cómo oír a Mourinho quejándose de los árbitros o de la prensa. Una pura farsa.
Thoreau, que desconfiaba del poder más que del recaudador de impuestos, ya escribió en Desobediencia civil pensando en Convergència: «Los Gobiernos muestran, por tanto, cuán fácilmente se puede abusar de los hombres -o incluso cuán fácilmente pueden los hombres abusar de sí mismos- en su propio beneficio».
En esta rebelión de diseño, Artur Mas se cree que es Rosa Parks ocupando un asiento reservado a los blancos en el bus de Montgomery, cuando en realidad es el conductor del autocar que reparte entre los pasajeros carnés de catalán bueno y catalán descarriado. El nacionalismo es gregario por naturaleza y siempre habla con solemnidad en nombre del pueblo soberano, de la nación y del destino histórico de la patria. Pero jamás se ha podido escuchar a un nacionalista invocando los derechos del individuo, porque eso es lo primero que se pisotea cuando el proyecto secesionista pasa de ser un sueño húmedo a tener osamentas de Estado. Por eso el nacionalismo, una antigualla del siglo XIX, está mucho más lejos de Thoreau y de su reivindicación de la libertad individual que las aguas de Walden del lago de Bañolas.
La única esperanza de que toda esta furia no se lleve el país con los pies por delante es que no sea más que ruido y simulacro, y que Thoreau tuviese razón al apuntar que hay vida inteligente más allá de los escaños y las conspiraciones:
-A menudo olvidan que el mundo no está gobernado por la política y la conveniencia.