Antonio Baños, que será anticapitalista pero siempre está en los detalles, ayer se puso corbata y traje con chaleco para hacerle a Artur Mas la segunda cobra de la semana. El cupero no quiere el beso de tornillo de Junts pel Sí y, como el reptil, lo va a esquivar una y otra vez hasta que le cambien la pareja en su carné de baile, donde ya tiene reservado un agarrado -de los de sacar brillo a la hebilla- con el atlético Raül Romeva.
Y eso que el presidente en funciones de la Generalitat, en su desesperado intento por aferrarse a los mandos de la consola catalana, hasta prometió compartir su joystick con tres vicepresidentes todopoderosos e incluso someterse dentro de diez meses a una moción de confianza, que en esto de la política es algo a medio camino entre la reválida de Wert y el jolgorio de renovar los votos matrimoniales.
Los ligones de pub y after, esos tipos que, con diez o doce copas entre pecho y espalda, son capaces de aguardar hasta las seis de la mañana para ver si pescan entre los descartes, ya saben que lo peor que puedes hacer en pleno ritual de apareamiento es mostrar tu desesperación. El hipotético ligue huele el miedo al fracaso a muchos metros de distancia -incluso entre el perfume a resaca y pitillos mal apagados que trae la madrugada- y se esfuma por la puerta de emergencia en cuanto encienden las luces para mandar el rebaño a casa. Por algo la llaman puerta de emergencia.
A Mas, como saben los cazadores de las seis de la mañana, ya solo le queda un recurso técnico frente a la operación cobra que le hace una y otra vez la CUP: lanzarse de cabeza al morreo como si no hubiese un mañana. El problema de esa arriesgada maniobra final es que a esas horas, con el cuerpo ya muy castigado por la noche en vela sin pillar cacho, lo más probable es que el candidato besucón acabe aterrizando con sus morros sobre el suelo pringoso del pub.