Estocolmo y el paternalismo

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa FARRAPOS DE GAITA

OPINIÓN

21 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo de cierta intelectualidad europea -secuestrada por sus propios traumas, prejuicios e inercias- proclamando que al Estado Islámico lo vamos a frenar poniendo velitas y flores en las esquinas, tocando Imagine al piano o enviando a media docena de hare krishna en misión especial dialogante a Raqa tiene nombre. Se llama síndrome de Estocolmo. Y lo que trasluce, en el fondo, es que en Europa en particular y en Occidente en general todavía hay élites que se creen moralmente superiores al resto del planeta Tierra.

Esta teoría del paternalismo culposo se supone que busca una cierta equidistancia entre Hollande y el EI. Como si hubiera equidistancia entre quien pone las balas y quien pone la nuca. Pero en realidad no esconde una visión más justa ni equilibrada del conflicto, porque lo cierto es que, como las formas más derechosas del nacionalismo, esta visión también considera tercermundistas a los ciudadanos de las antiguas colonias occidentales. Y, justo por eso, los cree incapaces de pensar por sí mismos o tener iniciativa propia: los yihadistas tan solo reaccionan como autómatas a las atrocidades que diseñamos en el lado conspiranoico del mundo.

Los atentados de París, siempre según esta versión delirante de la historia, son culpa de Occidente, que atiborra de Kalashnikovs y granadas a los terroristas para servir a oscuros intereses geoestratégicos de los cuales los vecinos de París, Madrid o Londres se benefician día a día. Es la misma paranoia paternalista que insiste, cinco siglos después, en que pidamos perdón por lo que hicieron los españoles de finales del siglo XV tras desembarcar en América. Como si los actuales inquilinos de la península ibérica acabásemos de bajarnos de un taxi después de devastar el nuevo continente.

Así que, para evitar que se repitan masacres como las de Nueva York, Madrid o París, lo mejor será enviar a unos hábiles negociadores -quien dice unos hare krishna, dice unos jipis de Woodstock conservados en formol y marihuana o unas monjas clarisas- a charlar con estas gentes oprimidas por Occidente, que en sus ratos libres lanzan homosexuales desde los tejados, prenden fuego a sus prisioneros enjaulados, violan a cuantas mujeres encuentran a su paso, vuelan por los aires el tesoro arqueológico de Palmira o degüellan a periodistas occidentales.

Cuando nos devuelvan las cabezas cortadas de los negociadores primorosamente embaladas, tal vez entendamos que hay momentos en que a una civilización le toca defenderse. Es una cuestión de supervivencia. No física, sino moral.