Si acudimos al diccionario de la Real Academia Española, nos encontramos con dos acepciones de la palabra guerra dignas de destacar. Una la define como la «desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias», y la otra como la «lucha armada entre dos o más naciones». Evidentemente, no podemos dar la categoría de potencia, ni de nación, al Estado Islámico, pues solamente se trata de un grupo de terroristas desalmados y fanáticos que están sembrando el caos en el mundo entero.
El gesto del presidente francés, François Hollande, de manifestar constantemente que su país está en guerra me parece poco afortunado. Se podría llegar a pensar que quiere emular al ex primer ministro británico Winston Churchill en su lucha contra la Alemania nazi, y a mi entender está alarmando en exceso a una población ya de por sí suficientemente asustada.
En su día, España no declaró la guerra a ETA, ni a los propios yihadistas en el 11M. Ni el Reino Unido al IRA, o a los islamistas que tanto dolor causaron en el metro de Londres.
Son unos asesinos que hay que aniquilar a toda costa, pero no un Ejército con el que combatir. Se trata de acabar con ellos. Sacarlos de circulación como sea. Insisto en lo de como sea. Pero no otra guerra. Luego no podremos evitar ver las fotos de los niños sirios masacrados en los bombardeos.