Es el tiempo transcurrido desde la noche del viernes negro que llenó de muerte y pánico París, el corazón de Europa. La libertad que invocaba en un poema memorable Paul Eluard, y que siempre fue el santo y la seña de la cultura racionalista francesa, tiene un himno que pese al patriotismo bélico de su letra se convirtió en la banda sonora de los hombres libres de Europa, La marsellesa, que reafirma la vigencia del más bello de los eslóganes que imaginarse pueda: libertad, igualdad y fraternidad.
La crónica del horror debe dar paso al análisis sereno, es la hora de la razón y del debate riguroso que aleje la conspiranoia y el discurso de las emociones teñidas con el dolor y la sangre.
Esta semana están siendo los cinco días que estremecieron el mundo remedando la tesis del historiador británico Nicholas Best, que analiza la última semana de mayo de 1945 con la caída del fascismo, la muerte de Hitler y la toma de Berlín por el Ejército soviético, y que a su vez evoca el texto clásico de otro escritor inglés, John Reed, que fue testigo del triunfo bolchevique en «los diez días que estremecieron el mundo».
Estos días, y en la cultura infotecnológica, el rumor, los rumores se convirtieron en miedos, un viento de pánico global recorre Europa, convertida en el escenario del terror, el escenario del crimen contra toda la humanidad.
Ya no sirve proclamar en la redes sociales que todos somos París. Siempre hemos sido París. Contra la barbarie nazi, en la defensa de las libertades, en la tolerancia de una ciudad abierta en una Europa que no ha dejado de ser vanguardia en la creación y en el sostenimiento de la libertad.
El color de la sangre es el mismo del petróleo y de las banderas negras que pregonan la muerte, que vuelven para estremecer el mundo. Mi generación, literariamente afrancesada, que leyó a Molière y a Chateaubriand, que aprendió a soñar con Valéry. con Stendhal y Flaubert, que admiró a Sartre y a los jóvenes filósofos del 68, mi generación, que perdió todas las revoluciones, no puede renunciar a la causa de la paz, a la causa de la razón obviando por ahora la contradicción entre libertad y seguridad.
Una noche lejana, en Villa Deodati, Mary Shelley crea su Frankenstein, y edita el libro en 1918. Desde entonces, malas imitaciones del monstruo recorren el mundo sembrando el dolor y la muerte. Regresaron de nuevo hace ahora una semana.