Se empieza blanqueando dinero y se acaba blanqueando la historia; es lo que tiene ser blanqueador profesional. Artur Mas y su muchachada de Convergència son especialistas en lavar, jabonar y encalar. Blanquean cantidades ingentes de dinero, blanquean la normalidad democrática, blanquean los resultados electorales y blanquean sus propias vidas, que sería lo más difícil para cualquiera con dos milímetros de ética. Con un descaro pasmoso le dan la vuelta a su existencia y se presentan como adalides de la honestidad.
Lo acaba de hacer el gran líder Mas al anunciar la desaparición de CdC y el nacimiento de Democràcia i Llibertat, o como vaya a llamarse, un nuevo partido para los nuevos tiempos, que aparece, curiosamente, en el momento en el que el actual ha perdido la influencia, los votos y, lo que es peor, el rumbo.
No es el de Mas el primer caso de blanqueo; por tener, tenemos hasta banqueros que se deshicieron de su pasado como quien prescinde de su corbata. Pero tras 28 años en el agujero negro de la podredumbre de la corrupta Generalitat, percibiendo comisiones por todo, financiando el partido, con los casos Adigsa, Palau, ITV, y con Pujol y los pujolines a las espaldas, presentarse ahora como una referencia resulta cuando menos insultante.
Se blanquean los dientes, se blanquea la ropa, se blanquean las fachadas, pero las trayectorias vitales no se pueden blanquear. Sobre todo algunas. Las que se han levantado sobre la perversión, el robo, el expolio y la descomposición de una vida.
Es como si Bertín Osborne quisiera borrar su pasado y pasara a llamarse Alfredo Bryce Echenique, creyendo que así pensamos que es un sabio. Pues lo mismo.