Oeste es un país de casamenteros o a parte de nuestros políticos les falta un hervor. Me refiero a esa característica de la campaña electoral que tanto da de sí en tertulias y otros parlamentos: los pactos poselectorales. Se están haciendo combinaciones pintorescas a partir del supuesto de que no habrá mayoría absoluta y el poder se abre como una rosa de primavera a las apetencias de los aspirantes. Lo que está de moda es casar al PP con Ciudadanos, pero también a Ciudadanos con el PSOE y a ambos con Podemos. Cuando las cuentas no salen, no se descarta la gran coalición PP-PSOE; pero, si Pedro Sánchez está tan amortizado como anuncia Rajoy, se acaricia la idea de la geometría variable, aquella feliz adaptación de José Blanco al teatrillo español.
Cuando la política tenía un poco más de sensatez, se aplicaba la lógica: primero veamos qué se vota y después decidiremos si hace falta un pacto para poder gobernar, si el pacto es de legislatura o solo de investidura, con quién se negocia y qué programa sale de ese acuerdo. Ahora, se pone el carro delante de las vacas y se vende la piel del oso antes de cazarlo. Los casamenteros ya han matrimoniado al PSOE y Ciudadanos y los más imaginativos incorporan a Podemos para que salga el menage a trois, que erotiza mucho el ambiente.
Está claro que eso es literalmente imposible, pero entretiene. Lo increíble es que algunos de los afectados no tengan el reflejo de decir que se presentan para ganar, no van a pactar con nadie y, si necesitan completar su mayoría, dependerá de los resultados de las urnas. Inteligentemente, el Partido Popular aprovecha la circunstancia, la divulga y avisa de lo que viene si no votamos a Rajoy: un tripartito como una catedral, con las consecuencias conocidas de Cataluña. Es decir, que el rumor de pactos beneficia tanto al PP que no me extrañaría que lo hubiese inventado. Ya puso en circulación la «coalición de perdedores» y el PP se atribuye el mérito de ser el único partido que, votándolo, se sabe a quién se vota. Votando a los demás se puede votar a quien no se desea.
No me extrañaría que esto esté empezando a tener más efectos electorales que el debate a cuatro del pasado lunes. Ayer el señor Rajoy hizo el enigmático anuncio de que el día 20 habrá sorpresas y me atrevo a pensar que el PP está subiendo y que Podemos «va bien», como también le comunicó Rajoy a Pablo Iglesias el día de la Constitución.
La gente quiere claridad. Necesita saber a quién y para qué le entrega su voto. Y este recado se lo envío especialmente a Albert Rivera: la forma de destrozar a Ciudadanos es la maldad de sugerir que será socio del PSOE. O desmonta urgentemente esa campaña, o lo pagará en las urnas.