Son muchos los que terminan como muñecas rotas. Algunos porque deciden dedicarse a los excesos, incluso en activo. Excesos que multiplican una vez que dejan la pista y mientras les dura la cascada de dinero. Un ejemplo imponente es Lamar Odom, que casi revienta hace poco en un puticlub y que sigue recuperándose en un hospital. El camino del bien y del mal siempre está ahí. Los dos atraen como imanes (no confundir con imanes de mezquita). Pero no solo sufren los que optan por relajar de juerga en juerga. En el deporte profesional, el jugador serio también sufre el impacto. Hace poco, en La Voz, Paulo Alonso contaba, con un gráfico espléndido de Alexia López, el estado físico de Tiger Woods, que llega a los cuarenta años como una ruina física, para quien fue un imperio. Lesiones en el cuello, en la espalda, en el codo, en la rodilla, en el glúteo, en el tendón de Aquiles, en un parte médico que, exagerando, casi recuerda a los que redactaba, entre otros, el yerno, Cristóbal Martínez Bordiu, de Franco en sus últimos días. Tiger ha visitado el quirófano tanto como alguna famosa. Pero lo de Tiger no han sido retoques. Han sido intentos de recuperar la estatua. El golf tiene una exigencia monstruosa, muy lejos de la imagen de paseo por la pradera que creen quienes no han pisado un green en su vida. Como el tenis. También en La Voz hemos contado las lesiones de Nadal y cómo en ocasiones se ha visto obligado a jugar al límite de la exigencia física. El histórico jugador Orantes contaba en una entrevista que él tiene una cadera desgastada desde su época de profesional. Orantes citaba a Nadal y recuperaba una frase genial de Rafa cuando le preguntaban qué deporte iba a seguir practicando cuando dejase la élite. Nadal, muy a la gallega, contestaba: «Tal y como estoy, a ver si puedo pescar».