Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no nace

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

15 dic 2015 . Actualizado a las 11:00 h.

Decía el teórico marxista italiano Antonio Gramsci, tan caro a Pablo Iglesias y tan citado estos días -casi siempre erróneamente-, que «la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados». A cinco días de las elecciones, no cabe otra que reconocer, de acuerdo con Gramsci, que España está en crisis. Una crisis que no es solo económica, por tanto, sino también y muy especialmente política, de la que ni unos ni otros parecen capacitados para sacarnos. Si atendiéramos a lo que nos dicen algunos -por más que la terca demoscopia se empeñe en negarlo-, quienes ayer debatieron durante dos horas en la televisión llegando hasta el insulto personal no son el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, sino dos cadáveres políticos. Dos ectoplasmas que hablan desde el más allá a una sociedad que ni les escucha ni les entiende, porque ya los ha enterrado. Puede ser, pero el problema es que, con las prisas, los jóvenes recién llegados que quieren repartirse la herencia parecen olvidar que para inhumarlos definitivamente, a ellos y a sus respectivos partidos, tendrían que dar sepultura también a los muchos millones de españoles que los votarán este domingo. Y no sé   si va a haber tanto nicho en el cementerio.       

Viendo la carnicería en la que derivó el debate, es difícil sostener que en España lo viejo está muerto. Lo que ocurre es más bien, como demuestran los sondeos, que por mucho empeño que pongan algunos en darle matarile, lo viejo no acaba de morir. Pero de lo que no cabe duda es de que lo nuevo, sea esto lo que sea, no puede o no acaba de nacer. Y ello es así porque, si lo viejo ha fracasado, lo nuevo no ha aportado todavía nada para solucionar los problemas de España, más allá de su propia novedad y su autoafirmación como lo opuesto a lo caduco. Al margen de la justificada denuncia de la corrupción, los dicterios a todo lo anterior, la retórica de la casta en unos y de la ilusión en otros, y de cierta cursilería, en el discurso de los emergentes no hay ideas novedosas para salir de la crisis ni soluciones al problema de Cataluña, por ejemplo, y sí mucho populismo trasnochado y ultraliberalismo yuppie. 

A la espera de que ese parto de lo nuevo que no llega y ese lento declinar de lo viejo alumbren algo, hay que concluir, viendo del debate y volviendo a Gramsci, que lo que se están produciendo son «los fenómenos morbosos más variados». Porque, entendiendo el morbo tal como lo define la RAE, es decir, como enfermedad, España está enferma. El problema es que hay un exceso de médicos que presumen de haber identificado el mal y nos repiten a todas horas el diagnóstico, pero  ninguno parece capaz de prescribir el tratamiento correcto, curar al paciente y extirpar el tumor. Convendría por tanto no enterrar tan pronto a los viejos ni cerrar el paso a los jóvenes, y tener un poco más de modestia los unos y de respeto los otros. Porque el enfermo sigue ahí, postrado, y lo que van a faltar son manos para sanarlo.