Después del puñetazo volvemos al debate

OPINIÓN

18 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Más importante que mi solidaridad -que no le añade valor a Rajoy ni le quita gravedad a su agresor-, es el acierto que tuvieron el presidente y el PP al aferrarse a la normalidad y pedir que nada de esto influya en el voto. Porque las elecciones españolas siempre fueron limpias, y no conviene recluirlas en el lodo de un único error.

Y la normalidad es volver al debate para decir, bien alto y claro, que fue para olvidar. Fracasó en el fondo y en la forma. No contó con un árbitro adecuado, y tuvo una escenografía rayana en la horterada americanófila. Y, lo peor de todo, estuvo presidido por la crasa confusión entre la gestión pública de tono menor y la política de tono mayor. Por eso considero un derroche robarle tiempo a los dos hombres más importantes del país para escenificar un cara a cara tabernario, aburrido y plagado de pijaditas, cuyo único interés parece estar en saber quién ganó la perra chica.

Es evidente que no ganó Rajoy. Porque en ningún momento fue capaz de frenar la estrategia de Sánchez, consistente en presentar una España miserable, acomplejada y triste, para convertirla en trampolín de sus falaces generalidades. Durante una hora nos dijo Sánchez que la crisis no existió, y que todos los males que hemos padecido tienen su origen en un Gobierno torpe, malvado e indecente que, en vez de seguir las manirrotas políticas de Zapatero, se puso a ajustar la economía al dictado de la UE, y causó un sufrimiento inútil y sádico a los españoles. Y Rajoy, ¡oh sorpresa!, no supo decir que ese debate es tramposo y suicida.

Pero Rajoy tampoco perdió. Porque Sánchez, pillado en su propio torbellino, se pasó de bronco, y, más allá de llamarle mentiroso al presidente unas quince veces, echó mano a un insulto personal que derivó en una acusación temeraria. Eso convirtió a Sánchez en un barriobajero imitador de Maduro, que, cuando no sabe qué decir, también se pone a hablar de «el rajao de Rajoy». Y el PP, que sabe trincar como un dóberman, lo está estigmatizando como a un niñato frustrado e imprudente al que le viene muy grande la Moncloa.

La política es mucho más que un debate estadístico sobre parados y recortes. Y no puedo entender que un candidato como Rajoy, rodeado de presuntos expertos, se meta en un plató sin el bagaje suficiente para levantar vuelo, hablar de los principios que orientan las políticas, y decirle a Sánchez que, frente a su jauja zapateril, existen políticas y estrategias de Estado de muy hondo calado, que pueden quemar gobiernos, pero saben salvar países. Y por eso eché en falta a aquel Rubalcaba que tuvo la virtud de elevar un debate que no ganó, y de perder las elecciones con enorme dignidad. Porque, frente a la levedad de los emergentes, que se me antoja fulera y ramplona, echo en falta a las viejas y añoradas castas que nos trajeron hasta aquí.