El Parlamento griego ha aprobado la ley de uniones civiles gais, que, en algunos derechos, equipara las parejas de hecho homosexuales a las heterosexuales. Los homosexuales podrán heredar los bienes y tendrán acceso a la Seguridad Social de su pareja. Son dos grandes conquistas sociales que, no obstante, dejan insatisfecho al colectivo gay porque la ley no les otorga el derecho a la adopción. Como era de esperar, la Iglesia ortodoxa, que, como su propia denominación vinícola indica, tiene la más estricta ortodoxia grabada en su ADN, ha expresado su más firme oposición a que se promulgue esta ley. También el ultraconservador socio de coalición de Syriza en el Gobierno se ha opuesto a esta ley y ha votado en contra. No deja de ser cómico que la ley se haya aprobado gracias a grupos de la oposición que, cuando gobernaron, antes se habrían dado un tajo en una pierna que aprobar esta ley que marca el nivel de civilización que ha alcanzado un país. Paso a paso, los chimpancés humanos vamos aceptando que, por ejemplo, la igualdad de derechos y de deberes entre hombres y mujeres tendría que entrar en las leyes de todos los países. E igualmente debe entrar el matrimonio homosexual, que ha de incluir el derecho a la adopción. Todavía quedan 75 países -digamos, con suavidad, salvajes- en los que la homosexualidad se castiga con la cárcel. Y en seis países, especialmente inspirados por el Cielo, la homosexualidad puede incluso castigarse con pena de muerte.