La Mesa del Congreso, parece que a instancia de socialistas, resuelve mal un problema de geometría: retira al tercer grupo parlamentario, con la representación de sus cinco millones de ciudadanos, a una zona de sombra en el hemiciclo. De difícil explicación en democracia.
El Partido Popular y su presidente consideran una humillación para los siete millones trescientos mil votantes someterse a una sesión de investidura sin que le salgan las cuentas, a la vez que pretende mantener su candidatura para una segunda vuelta, sin atender a la desconsideración que esto supone para los otros veinte millones de ciudadanos que no le votaron y para unas instituciones -Jefatura del Estado y Congreso- a los que se obliga a realizar juegos malabares para ver si a la segunda Rajoy consigue «algún tipo de entendimiento con el PSOE». «Sin ese apoyo -dice Rajoy-, no tengo ninguna posibilidad».
Yo desconozco si la soledad parlamentaria de Rajoy y los populares puede ser una humillación, pero los otros partidos no están obligados a facilitar el poder a Rajoy. La obligación de los partidos políticos, incluida la minoría de Rajoy, es negociar y facilitar la investidura de un presidente de Gobierno y el inicio de la legislatura. Y ahí empieza el juego de la democracia que concluye en un juego aritmético.
¿Qué razones puede tener el Partido Socialista, cuyos votantes no desean un Gobierno de Rajoy, para algún tipo de entendimiento con el Partido Popular? La dificultad no está solo en las frases gruesas ni en las descalificaciones, sino en la amenaza de Rajoy, la vetocracia definida por Felipe González, de bloqueo de cualquier negociación sobre cuestiones clave para el futuro de España desde su mayoría absoluta en el Senado, si no gobierna. No es difícil recordar su posición ante el proceso del final de ETA acusando a los socialistas de traicionar a sus muertos, o la campaña contra el Estatuto de Cataluña y el recurso al Constitucional y sus maniobras procedimentales en la composición de este, excusa o inicio del desbarajuste catalán. Todo ello acompañado del cierre en banda del Partido Popular en sus cuatro años de mayoría absoluta para negociar o debatir sus leyes o decretos leyes, tan excesivos. Que Felipe González vea como salida la abstención socialista o la abstención popular para facilitar un Gobierno corto del otro con Ciudadanos puede ser una mezcla de buenos deseos e ingenuidad, porque los antecedentes de Rajoy están lejos de acreditar que sea posible tal confianza.
Los populares perdieron otras posibilidades de acuerdos en estos años de políticas de corto alcance. El Partido Popular logró en el año 2000 un pacto parlamentario con partidos nacionalistas catalanes (CiU) y vascos (PNV). Hoy no puede contar con tales sumandos, y en su maraña de corrupciones pudiera ser que ni siquiera con el de Ciudadanos. ¿Por qué entonces debiera lograr Rajoy «algún tipo de entendimiento con el PSOE»? ¿Solo porque un Gobierno de Sánchez y su circunstancia con Pablo Iglesias y sus ansias pueda ser un mal gobierno de taifas?
Una voz vasca, donde los pactos de gobierno y los gobiernos en minoría han sido pan de todas las legislaturas, señaló: «Esta fase tiene que terminar cuanto antes y alguien tiene que asumir que hay que negociar sobre contenidos, programas de gobierno y políticas». Que urgencias para ello existen.