A rnaldo Otegi, que salió de la cárcel portando una bolsa con la bandera de Sudáfrica con la torticera intención de que le comparen con Nelson Mandela, condensa su biografía en una ficha policial. En el homenaje que le han tributado los independentistas proetarras le ha faltado tiempo para proponer «abrir un segundo frente al Estado» y para soñar con vivir en «Estados decentes». Qué entenderá este indecente por decente. ¡Qué perversión del lenguaje! En su libro de memorias La mirada sin ira, el político y diplomático Javier Rupérez inicia el relato de su secuestro por Otegi/ETA con la reseña policial: «En septiembre de 1979 Aulestia Urrutia mantiene en Francia un contacto con Françoise Marhuenda? Durante quince días Marhuenda efectúa la vigilancia de Rupérez. Con anterioridad había previsto una cita con los integrantes del comando terrorista que previamente había intentado secuestrar y que hirió de gravedad al también diputado de UCD Gabriel Cisneros. Ellos mismos se habían bautizado como Comando Kalimutxo... Sobre las 7 de la mañana del domingo 11 de noviembre los cuatro se dirigen a la Casa de Campo? Las armas se las reparten de la siguiente manera: la declarante una pistolas Browning FN 9 milímetros parabellum. Alcorta Maguregui Bigotes un revolver Taurus calibre 38, Otegui Mondragón Gordo y Ostalaza Pagoaga Barbas, sendas pistolas Browning FN 9 milímetros parabellum». Rupérez escribe que en 2007, cuando un cáncer estaba acabando con Cisneros, le visitó para interesarse por su salud y «al preguntarle por sus dolores me dijo: ?A mí lo que realmente me duele es el tiro de Otegi?». «Otegi -añade Rupérez- fue integrante del comando que intentó secuestrar a Cisneros y que, más tarde, lo consiguió conmigo... Es un personaje en el que la biografía se confunde con el historial penitenciario». Y subraya que «un secuestro es, ante todo, una gran humillación para el secuestrado. Y requiere del secuestrador un fondo de perversión vesánica solo comparable a los que en las guerras practican las violaciones masivas de la población vencida. El secuestro comporta un ataque frontal a lo que constituye el elemento básico de la dignidad humana: su libertad individual, y requiere para su realización, con independencia de los objetivos que aleguen sus perpetradores, una voluntad dedicada explícitamente a destruir la personalidad del secuestrado. Como hicieron los nazis en los campos de concentración...». A este Otegui le lisonjea Pablo Iglesias declarando que «la libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas». Y Errejón lo reafirma añadiendo que «ningún actor político debería estar ni ingresar en prisión por defender ideas políticas». Majaderos y peligrosos.