Presunciones de inocencia aparte, y con independencia de que la Agencia Tributaria esté ya analizando la información de los denominados papeles de Panamá, parafraseo a los galenos de antaño y afirmo, con absoluta rotundidad, que no me gusta nada cómo huele la orina del enfermo. Que más de cien políticos a nivel mundial, entre ellos jefes de Estado y primeros ministros, decenas de familiares o socios cercanos a líderes políticos de alto copete, futbolistas, empresarios o artistas, acudan a sociedades offshore, nos abre todavía más los ojos respecto a que en este mundo que nos ha tocado vivir el que no corre vuela. Estas sociedades no son ilegales. Cierto que técnica y jurídicamente no lo son. No obstante, es sabido, evidentemente más por aquellos que tienen dinero por el cual no les apetece tributar, que son utilizadas mayoritariamente para blanqueo de capitales, evasión de impuestos y ocultación de beneficios procedentes de actividades ilícitas. A pesar de que los investigados dicen que sus cuentas con el fisco están en regla, siempre son los millonarios y poderosos los que se ven metidos en estos líos. Nunca jamás reparé en algún albañil, profesor o médico metido en tales intrigas. Si se molestan en leer la lista de los implicados a nivel mundial, repararán en que lo de Bárcenas fue una chapuza de lo más cateta. Diría que provinciana. Sin el glamur con que impregnan sus choriceos los jerarcas del planeta. Sed fuertes, Putin, Macri, Messi, Pilar, Platini, Almodóvar y tantos otros. Mientras, los pringados, la leal infantería, seguiremos esperando angustiados al cartero del barrio por si hoy es el día en que llegue la epístola certificada de Hacienda reclamándonos 12,25 euros de principal, más 27,44 euros de sanción e intereses de demora, por habernos olvidado de tributar como pago en especie el paquete de galletas Oreo que le tocó en suerte al niño en el súper. Mal de muchos, consuelo de tontos. No solo hay pícaros en España. Aunque puestos a ser sinceros, sobrar nos sobran.