Las conferencias y ruedas de prensa de los líderes de Podemos y su asistencia a los platós de televisión muestran a los curiosos un aspecto inquietante que no conocen los lectores ni ven los espectadores: el control que ejercen sobre medios y periodistas.
Cada vez que convocan a la prensa para hacer una declaración, entre los periodistas que asisten se mezclan personajes que resultan ser empleados, simpatizantes, votantes o electos del partido de Pablo Iglesias Turrión. El papel de estos es mirar y tomar nota, y el de aquellos, por lo general, mostrar un observancia que resulta preocupante y que nada tiene que ver con el respeto y buena educación que debe presidir el quehacer periodístico, callando incluso cuando el podemita se mofa de una periodista por llevar abrigo de pieles, mientras él compone la imagen que le da la gana, incluso para visitar al jefe del Estado. Y cuando asisten a un plató de televisión, principalmente de una emisora pública, aunque tampoco es infrecuente constatarlo en alguna privada, empieza a ser normal que detrás de un cámara de estudio se sitúe un edecán que comprueba el plano y permanece atento a los encuadres que ofrece al realizador.
Cada presencia pública de Iglesias Turrón es una puesta en escena medida, estudiada al milímetro y controlada en sus más nimios aspectos, siguiendo ese depurado modelo de coacción y control que las dictaduras comunistas ejercen con los periodistas autorizados a visitar el país. Lo del «guía permanente para facilitarle el trabajo y sus desplazamientos», que tan secante, agobiante y coercitivo resulta para el reportero, empieza a parecerse a lo que se constata en Podemos.
Mientras corre inexorable el calendario hacia nuevas elecciones generales si nadie forma una mayoría parlamentaria, Iglesias y compañía continúan escoltando a los independentistas de Cataluña, del País Vasco y de cualquier otro remolino de este río embravecido en el que se está convirtiendo España, y mostrándose ora soberbios, inflexibles y maleducados, ora humildes, dulces y constructivos, según requiera el guion previamente redactado y puesto en escena, incluyendo un apacible, distendido y teatral paseo callejero entre dos viejos colegas.
Si Pedro Sánchez se sale con la suya y acepta echarse en manos de Podemos, IU, ERC, PNV, CC y DiL, será un presidente vigilado 24 horas -como en los anuncios de las empresas de seguridad- por Podemos y su parafernalia de ministros y responsables del CNI, CIS, BOE, RTVE, la oficina de la ciudadanía para la transparencia institucional, la Secretaría de Estado de derechos humanos y la Secretaría de Estado de lucha contra la corrupción y el crimen organizado, porque, como declaran sin tapujos sus principales figuras, «en Podemos no queremos un pastel, queremos toda la pastelería».
Y con la repostería y el obrador en exclusiva tendrán tiempo y medios para indicarle paternalmente al ciudadano el camino por el que debe transitar si no quiere quedarse sin bizcochos.