Fue como un alarido al final de su declaración. «Me gustarían que me creyeran», dijo Rita Barberá al finalizar ayer su comparecencia en Palma en el juicio por el caso Nóos. Y la creemos, doña Rita, claro que la creemos; faltaría más. Tal y como lo ha explicado, hay que ser muy romo para no entenderlo. Toda su actuación en esta aventura se resume en una frase que ya decían nuestras abuelitas: a buenos entendedores, pocas palabras.
Y eso es lo que ocurrió. Que no fue necesario que doña Rita se emplease a fondo para ayudar a enriquecer al yernísimo y compañía. «Nunca exigí, ni sugerí la contratación de Urdangarin», aseguró ayer la senadora. Y naturalmente que no lo exigió, porque no hizo falta. Tras verse con los dos socios, por recomendación del desaparecido Samaranch, en un encuentro en el que el exduque «no me concretó nada, solo eran ideas» y «no se habló de precio», se puso en marcha la maquinaria para satisfacer las necesidades de los dos emprendedores. Aun más. Doña Rita no se reunió con Camps para tratar este asunto. Se lo comentó, según dijo, en una de las ocasiones que a lo largo del día compartían actos públicos: «Se lo comenté, pero no fue una reunión formal».
La senadora a distancia narró una actuación de libro, porque no es preciso decir con puntos y comas lo que se quiere que se haga. Las insinuaciones bastan. Y es que en un país como el nuestro y con políticos tan avispados como los nuestros, a buenos entendedores, pocas palabras. Que ya lo sabían bien nuestras abuelas y no eran tan listas como doña Rita.