Cuando arrancaba la transición (1976), con el referendo de la Ley de Reforma Política, la campaña institucional estuvo protagonizada por una canción de Vino Tinto, que luego popularizó Jarcha, con esta sugestiva letra: «Habla pueblo habla / Tuyo es el mañana / Habla y no permitas / Que roben tu palabra».
En el fondo de aquella colosal campaña, de cuyo resultado dependía el futuro, había dos mensajes que ahora parecen estar en cuestión. El primero, que, en un sistema que se llama democracia, una parte importante del proceso político depende de los ciudadanos, que, por tener el derecho y el deber de votar, y de tomar las decisiones vertebrales que enmarcan y condicionan la acción de los poderes del Estado, tienen que informarse de los problemas, optar a determinadas soluciones, definir los equipos e ideologías que van a controlar el poder, y asumir los fracasos, bloqueos o desbarajustes que sus decisiones pueden producir. Y el segundo, que, siendo cierto que el pueblo es el único capacitado para legitimar el poder, y que en ejercicio de esa legitimación tiene derecho a votar lo que quiera, no es verdad, en cambio, que el pueblo acierte siempre, aunque solo sea por la sutil paradoja de que, si el pueblo acertase siempre, y fuese fácil saber lo que quiso decir, no sería posible la democracia, ya que el hecho de discrepar de sus veredictos equivaldría a abrazar conscientemente el error.
La democracia es fluida, y lo que vale para hoy puede no servir para mañana. Y por eso tiene la misma legitimidad el pueblo que elige que el gobernante que decide, aunque ambos, eventualmente, puedan equivocarse. Yo creo, por ejemplo, que el pueblo alemán se equivocó votando a Hitler, y los venezolanos a Maduro. Y que los ingleses se equivocan si votan el brexit. Y que los italianos se equivocaron, además de otras veces, votando al payaso Grillo. Y que los catalanes se equivocan votando la ruptura unilateral del marco constitucional.
También creo que los españoles nos hemos equivocado al elegir un Parlamento bloqueado, que solo podía escoger entre un Gobierno atrabiliario y unas nuevas elecciones. Y creo que nos volveremos a equivocar si, en vez de cantar el Habla, pueblo, habla, y deshacer el entuerto en primera persona, nos enrocamos en el bloqueo con la absurda esperanza de que unos pactos forzados hablen por nosotros. Porque en diciembre hemos votado -¡reconozcámoslo!- para enfrentar al Parlamento con Rajoy e impedirle gobernar. Y ahora debemos votar -comme il faut!- para que el Parlamento elija un nuevo Gobierno. Por eso estas elecciones deberían tener un lema único, que fue redactado por Albert Einstein: «Si no quieres repetir los mismos resultados, introduce nuevas variables». Porque 2+2 son 4, y si queremos obtener un 5 hay que poner 2+3. ¡Qué fácil! ¡Y qué absurdo discutirlo!