Ahora que medio mundo celebra la aparición de la sexta temporada de Juego de Tronos permítanme explicarles por qué no pasé yo de la tercera. Con todo lo que está sucediendo en Oriente Medio, la serie de la HBO, aunque muy entretenida, me resultó indigesta. En el mundo de George R. R. Martin el continente de Poniente, es decir, Occidente, es un lugar erigido sobre los valores de justicia, libertad y honorabilidad, aunque algunas de las personas que lo habitan traicionan esos pilares, enfermos de codicia o ambición. En la tierra de Essos, que está al este, es decir, Oriente, sus habitantes son codiciosos, crueles y libidinosos.
Los paralelismos con el Oriente Medio real o estereotipado, son demasiados como para pasarlos por alto: antaño fueron una región esplendorosa hoy venida a menos, la habitan mujeres sensuales, comerciantes sin escrúpulos de piel tostada, usan ropajes sedosos, les rodean desiertos y otros paisajes, arquitecturas, y elementos extraídos de la mitificación sobre el mundo árabe creados por la Europa abiertamente racista de los siglos XVIII, XIX y XX (al contrario de la Europa del siglo XXI, que es racista, pero no abiertamente).
En esa tierra depravada, donde la crueldad innata les lleva a tener esclavos y maltratarlos hasta límites escalofriantes, la esperanza llega en forma de una princesa destronada en Poniente. Ella, de piel y cabello tan blanco que es níveo, se pone a la cabeza de un ejército que rige con valores que sorprenden a sus súbditos: magnanimidad, clemencia, justicia; aunque sabe ser implacable cuando su enemigo le obliga a ello. Es un comandante cuyo poder militar es irresistible, pues cuenta con una fuerza aérea (los dragones) capaces de arrasar ciudades enteras. Khaleesi libera a los oprimidos de Essos, castigando a sus pérfidos amos, que no merecen otro tratamiento que el exterminio, pues, como ya hemos visto, son de naturaleza vil.
Como todo líder, necesita consejeros, y resulta que en su ejército de orientales el único en quien puede confiar y con capacidad para darle sabios consejos es, no podía ser de otra manera, un caballero de Poniente. Por supuesto, algunos líderes locales se suman voluntariamente a su causa, como Daario Naharis, pero no porque comulgue con las virtudes de Khaleesi, sino porque queda seducido por su belleza; qué podíamos esperar, si en Essos hombres y mujeres se mueven solo por la cartera o por la bragueta. El resto de sus seguidores la acompañan como a un mesías, como un niño camina por el mundo de la mano de su madre.
Queda dicho que desconozco si en las temporadas siguientes estos rasgos racistas, imperialistas y orientalistas (disculpen tantos istas) se han subsanado, o si en los libros originales ni siquiera existen. No me parecería tan grave si no fuera porque la serie es un fenómeno de masas mundial y los productos culturales tienen, estoy seguro de ello, la capacidad de reforzar nuestra forma de entender el mundo. Millones de personas en Occidente están ahora más convencidas que antes (y ya estaban escandalosamente convencidas) de que Occidente es virtuoso, con algunas manzanas malolientes que no llegan a pudrir el cesto, mientras que Oriente es un pozo de crueldad y atraso (los refugiados amenazan nuestros valores, dicen) que solo la mano purificadora de un occidental puede corregir. Señores de la HBO, con lo que yo les admiro, en esta ocasión, me bajo de su serie.