El valor de la autenticidad

OPINIÓN

09 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En este diario se publicaron los artículos y discursos de su editor que ahora se recogen en un libro bajo el título de Yo protesto. Vistos en conjunto impresionan, por su certera percepción de lo que preocupa a los ciudadanos, por su larga visión que ha sido alerta premonitoria de la profundidad de los problemas y su funesta deriva para la convivencia. Con notoria anticipación se advirtió el auge del populismo, para desconcierto en Europa y en América y sorpresa entre nosotros. La causa, se denuncia, radica en la resistencia de los responsables a escuchar el hartazgo y la indiferencia hasta la indignación incubada en una crisis financiera y económica, cuya hondura no se quiso ver y que para superarla habría que trascender la sucesión de recortes que conducen a un empobrecimiento social; una fractura.

No son meros testimonios para nutrir la historia. Las denuncias expuestas a lo largo de estos años siguen siendo de actualidad. ¿Es que no la tiene la crítica del cortoplacismo de los agentes políticos, enfrascados en sus ansias electorales, que ha impedido emprender grandes reformas aún pendientes? Desde mi condición profesional me siento identificado con la protesta por no haberse abordado la remodelación de la planta municipal, por la creación, al margen de la Constitución, de diecisiete Parlamentos y la parafernalia de entes autonómicos prescindibles. No es difícil compartir el enérgico rechazo de una España hemipléjica en la que Galicia, siga siendo «onde todo está por vir» y cuando llega lo hace con retraso. Al reclamo de justicia en el 2004 se une en el 2015 la apremiante advertencia de que «Galicia corre el riesgo de pasar inadvertida en el escenario español, de minimizarse». Hace recordar que la singularidad reconocida en la Constitución se hizo posible gracias a quienes nos precedieron en el mismo empeño que sigue guiando vitalmente al editor.

El Yo protesto no es la expresión vitriólica de un nihilista. La protesta aquí es denuncia y compromiso. A lo largo de sus páginas se reivindica, y así se subraya en el excelente prólogo, un regeneracionismo de la vida pública, hoy manchada por la corrupción utilizada como cucaña; una refundación inspirada en la cultura y el consenso de la Transición, un pacto social cuando habla de Galicia. Tampoco es el análisis de un erudito especialista, y menos el discurso de un político en trance electoral. Es resultado de lo que entiende es su responsabilidad con los lectores. Podría haberse quedado al amparo del prestigio social de la empresa. Con la libertad que da la independencia salió a campo abierto, consciente de que las ventas no son castillos, para ser conciencia crítica del poder. Se ha manifestado como es con patente desenvoltura; sin pagar peajes, ni camuflarse. Fiel al legado que acrecentó, a su vocación periodística merecedora de reconocimiento académico, a sus convicciones. El libro, desnudo de retoques, rebosa autenticidad. Un valor hoy escaso; de ahí su fuerza.