Desde que trascendió que el rey había sugerido a los partidos que moderasen sus gastos en la nueva campaña electoral, les ha faltado tiempo para no ponerse de acuerdo e ir cada uno a lo suyo, después del paripé de dos reuniones «fallidas». Aunque es más preciso decir que no han hecho nada para reducir gastos al contribuyente (pago por escaño en Congreso y Senado, por voto, por elector en cada circunscripción en la que se presenten a cada Cámara y por el envío directo y personal a los electores de sobres y papeletas de propaganda y publicidad electoral) y sí, por el contrario, para recortar en lo que repercute directamente en el ciudadano: en la economía productiva, en la creación de riqueza (banderolas, mítines, márketing, estudios, propaganda, anuncios), en el crecimiento. Todo un despropósito.
Una vez más, nuestros partidos políticos enseñan su patita de que el dinero público no es de nadie, que el tributario es solo un burro de carga, que la economía productiva son billetes que crecen en los árboles para que el ciudadano los recoja, y que eso de alimentar la economía del país es cosa de otros.
Si de verdad quieren ser serios y alejarse del postureo cansino que practican desde hace meses, que renuncien a algo, aunque sea poco y testimonial, de los muchos dineros del contribuyente que recibirán, y que gasten en todo lo que crea riqueza y alimenta la cadena de valor. Que celebren muchos debates en televisión, que son muy baratos para ellos, generan ingresos para el que los organiza, tienen alta efectividad política y son útiles para la génesis de opinión, la participación del elector y el fortalecimiento de la democracia.
En lugar de actuar así, algunas formaciones y sus acólitos esparcen demagogia en las redes sociales y en varias televisiones deslizando que la democracia es cara y volver a las urnas una vulgaridad, y, en todo caso, que hay que hacerlo en silencio y embozados, y no con la cara alta y la alegría en los ojos porque las cajas son la fiesta de la democracia, la garantía de nuestras libertades.
Y mientras los partidos engordan sus cuentas con el dinero de todos, la clase media española, ese gran colchón amortiguador de los conflictos sociales, base de la prosperidad de un país y cimiento social de la democracia, pierde a tres millones de sus integrantes, hasta descender del 60 al 52% de la población en menos de diez años.
Que crezca de nuevo y se multiplique; o sea, no igualar por abajo, que es a lo que aspiran y se afanan muchos, demasiados partidos de extrema izquierda, populistas e independentistas, que quieren tener al ciudadano cogido por la entrepierna, sino equiparar por arriba, que es lo que tiene que hacer con constancia y políticas eficaces el Gobierno estable que deben formar después del 26 de junio las formaciones políticas serias que tenemos.