Fue Plauto, y no Hobbes, quien utilizó por primera vez la frase que titula esta columna. Quebrada en jirones. Tan dolorida que las noticias que leo, cincuenta muertos y más de cincuenta heridos en Orlando, me parecen una crónica del infierno. Son mis palabras, esta vez, el hecho consumado de la desesperación: una lágrima. Porque sin conocerlos los lloro. En nombre de Alá o en nombre de la pureza, qué importa eso. Digo que el rencor y el odio son la enredadera del presente. Se nos está yendo el mundo de las manos. Lo digo como lo siento. Quizá porque en la comida de ayer los amigos hablábamos de ello, precisamente, de lo difícil que se ha puesto convivir sosegadamente. Se han perdido la ternura y la transigencia. Se aguijonea desde el sectarismo, el totalitarismo y otros ismos que acaban en tragedia. No puedo evitar la tristeza.
Hoy se darán todas las explicaciones posibles. Pero ayer, cuando yo escribía a bote pronto esta columna, poco se sabía. Teletipos y noticias de agencia que decían que disparo a disparo habían muerto cincuenta seres humanos asesinados. Bailaban en un club en Orlando. Allí acudían a divertirse. Ese era su pecado. El asesino, probablemente, debió de pensar que su delito era haber nacido. O encontrar el amor en otro hombre. Una mujer en otra mujer. Que cada uno ame a quien le dé la gana. Que cada uno diga y sienta y piense lo que quiera. Ayer dispararon a la libertad, una vez más. Y yo me dejaré la vida defendiéndola. En contra de los paladines de la intolerancia que también en nuestro país crecen como moscas, o ratas. Las ratas era una novela de Delibes. La recuerdo como un grito contra la miseria. Donde decrece la libertad, crece la tela de araña de la penuria: esa es la sentencia.
A esta hora (21 horas, domingo 12 junio) las autoridades investigan el caso como un acto terrorista. Unos hablan de homofobia, otros de yihadismo. El padre del autor de la masacre se apresuró en declarar que no tenía nada que ver con la religión. Quién lo sabe y qué importa, vuelvo a decir. Lo que hiere es que de nuevo la libertad está en peligro. Que crecen los vándalos de los nuevos tiempos entre mensajes hirientes: de Donald Trump al líder político español que quería ir de cacería de fachas para aplicar la «justicia proletaria». Nadie pone remedio a esta vesania en la que estamos sumergidos, ahogándonos. El papa, desde Roma, parece ser el líder mundial que mayor sentido común ofrece. Sus mensajes de paz y concordia son necesarios. Pero el Dios de los católicos no está de moda. Son otros los dioses del presente. Para unos, la revolución. Para otros, el Alá de la Guerra Santa. En su nombre, los caballos del fanatismo y la obcecación y la intolerancia cabalgan por el mundo que llamamos civilizado. Solo siento dolor. Aunque me niego a convencerme y vencerme. Ni Plauto ni Hobbes tenían razón. El hombre no es un lobo para el hombre. Ojalá.