arece la campaña del cansancio y la decepción. Del hastío por tener que soportar otra ronda de recetarios ya conocidos. De la desilusión, por la incapacidad de quienes aspiran a gobernarnos de salir del diálogo de sordos en el que llevan demasiado tiempo instalados.
Da la impresión de estar presenciando la prórroga de un partido extenuante, en el que los contendientes, faltos de ideas frescas e incapaces de trenzar jugadas que encandilen al graderío, se limitan a aguardar que les llegue la oportunidad por el fallo del contrario.
Ni siquiera los que dibujan corazones y hablan de una nueva transición logran captar una respuesta masiva a sus ofertas de iniciar un tiempo nuevo, como la que consiguieron los que encabezaron la de la salida de la dictadura.
PEran tiempos aun más difíciles que los de hoy. Pero existía la convicción de que no habría futuro repitiendo los viejos enfrentamientos. Y que la única salida sería hacer de tripas corazón y buscar puntos comunes con los que iniciar un nuevo camino.
Así lograron generar ilusión y abrir una sólida etapa de progreso económico y social. Con lagunas y errores importantes, con muchas sombras, pero con el éxito indiscutible de salir juntos y sin sangre de la oscuridad total de la dictadura.
Vivimos una etapa de sombras, pero hay mucha más luz que hace cuatro décadas. No debería ser tan difícil insuflar algo de ilusión a la ciudadanía. Bastaría no limitarse a recetas y catálogos con ofertas cosméticas de acuerdo y admitir que un país avanzado y plural requiere respuestas avanzadas y plurales. Y que no se logran pactos buscando rentabilidad electoral inmediata o la rendición incondicional del adversario.