Resulta duro para un europeísta criticar con severidad a Europa, pero hay que hacerlo, porque Europa es nuestra única esperanza y la de nuestros hijos para no malvivir como nuestros antepasados. De entrada, les ruego un simple ejercicio. Tomen un mapamundi y comprueben lo pequeños que somos, apenas el extremo de la península occidental de Asia. Luego consideren estas palabras del gran Jacques Delors: «La demografía es el parámetro económico más seguro. Europa suponía un 15 % de la población mundial a principios del siglo pasado; un 6 % actualmente, y descenderá al 3 % en 2050». Únanle ahora una somera reflexión sobre cómo con un menguante cuarto del PIB mundial podremos defender nuestro modo de vida durante las décadas venideras.
No debemos confundir a los responsables de las instituciones europeas con la Unión en sí, como tampoco confundimos a una ciudad con sus concejales. Son esas instituciones las que corren como pollo sin cabeza, sin plan adecuado para salvar a sus Estados meridionales, atribulados por un desempleo y un precariado salvajes; ni para sosegar a sus Estados septentrionales, en una alocada carrera hacia el nacionalismo y la xenofobia; ni para reactivar la economía hasta el punto de garantizar un liderazgo mundial en industrias punteras, que nos permita costear lo que nos identifica: pensiones dignas para nuestros ancianos y enfermos, sanidad pública de vanguardia y una educación de primera para todos nuestros niños y jóvenes como vivero de prosperidad.
Los europeos tienen miedo al futuro. Son cobardes y conformistas. Jalean a quienes les dicen cuanto quieren oír, sin percatarse de que los conducen al desastre. Nadie les presenta un plan general de actuación, un relato. Un plan que pase por asumir que la inmigración crecerá, porque África superará los 2.000 millones de habitantes y gran parte de Asia no puede ofrecer alternativas a centenares de millones de jóvenes que ven por televisión e Internet contenidos tipo Gandía shore, donde la cultura del esfuerzo implica saltar de la tumbona a la piscina, con ninis gandules.
¿Qué tal si nos integramos mejor en vez de fracturarnos? Creemos un pueblo o demos europeo, que impulse itinerarios educativos europeos; universidades supraestatales de excelencia mundial; un Ejército federal menos costoso pero más eficiente que los inoperantes Ejércitos estatales, para ayudar a quienes comparten nuestros valores; acojamos a más mujeres y niños desvalidos, en detrimento de quienes pueden pagar por burlar controles o vallas, para que sean embajadores ilustrados y factores de progreso tanto aquí como en sus lugares de origen; fomentemos el mestizaje europeo para conjurar nuestro abyecto pasado y romper absurdos clichés nacionalistas. Las tribus europeas no pueden salvarse solas y confrontadas, a no ser que aspiren a lo que aborrecemos: las trincheras de Verdún, la beneficencia dickensiana, el horror de las dos mayores guerras del planeta.