Desde su alfombrado despacho de expresidente de la Generalitat Artur Mas saca pecho estos días mientras revive los desmanes que sus hijos políticos de la CUP y asociados han protagonizado en el Parlament y en las calles de Barcelona, mientras las encuestas pronostican una nueva debacle de CDC en las elecciones del domingo.
Entre sus descriptibles éxitos, al líder de CDC hay que anotarle haber entregado el Gobierno de Cataluña a los anarquistas-populistas-independentistas de la CUP, la presidencia del Parlament a una señora, Carme Forcadell, que carece del más mínimo sentido institucional, como lo demuestra que recibiera a Arnaldo Otegi en su despacho oficial, y el Gobierno de la capital a la jefa de una plataforma contra los desahucios que apoya a las mafias de los manteros frente a la policía, al comercio ilegal frente al legal que crea riqueza y paga impuestos, y a los okupas frente a los legítimos propietarios de bienes inmuebles.
Es cierto que desde su fundación por Jordi Pujol, CDC llevaba en su vientre, como el caballo de Troya, la destrucción de la convivencia en Cataluña y el inicio de un proceso secesionista a ninguna parte que riega de cadáveres políticos y sociales esa comunidad, pero resulta innegable que Mas tiene que anotarse buena parte de la ruina del partido que heredó y de la situación en Cataluña, con una sociedad fracturada, cogobernada por las CUP, y condicionada por todas aquellas organizaciones seudociviles impulsadas desde el poder y subvencionadas generosamente con el dinero del contribuyente para imponer una ideología vitriólica a tres cuartas partes de los catalanes.
Y no son solo esas las únicas demoliciones de don Arturo porque desde que alcanzó la presidencia de la Generalitat (2010) el santo y seña de su desgobierno ha sido el uso partidista y descarado de los medios de comunicación públicos, la manipulación del sistema educativo y la instrumentalización de la función pública y de todas las instituciones de la Generalitat.
Si tras romper CiU, el matrimonio forzoso entre CDC y Esquerra Republicana (JxSí), dos adversarios naturales, fue ya sorprendente por inédito, el enlace con la CUP fue el más difícil todavía. En ambos casos el pegamento era una independencia que pierde apoyo social (entre noviembre del 2015 y mayo del 2016 pasó del 48,2 al 45,3 %) y cuya consecuencia son los enfrentamientos entre los propios integrantes de JxS y de estos con la CUP, que cada vez se radicaliza más al comprobar que ha caducado el compromiso de la independencia en 18 meses porque era otro farol de Mas. De momento la izquierda radical se ha hecho con el control de la política catalana, sometiendo a JxSí en el Parlament con el no a los presupuestos, y enzarzando a ERC con CDC, en una política esquizoide donde todos están contra todos.
El falso arquitecto de las estructuras de un nuevo Estado, que se ha quedado como el gran demoledor de cuanto toca, hasta ganarse el apelativo de Derribos Mas con el que le obsequia Lluís Bassets, observa el incendio de Cataluña y continúa con sus quiméricos planes de futuro.