Parece que a las urnas no les gustan los impacientes. El domingo castigaron con un notorio retroceso a los que se apresuraron a buscar un pacto insuficiente y no tuvieron la calma necesaria para tejer otro que les permitiese alcanzar la meta deseada.
Proporcionaron un sonado revolcón a quienes se apresuraron a cuestionar a su propio líder poco después de elegirlo.
Frenaron a los que, por las prisas en desbancar a los partidos viejos, primero hicieron gala de transversalidad, luego firmaron una alianza con comunistas para sumar sus votos y acabaron prometiendo un gobierno de corte socialdemócrata.
Y premiaron a quien hizo alarde de paciencia y se sentó a esperar como los impacientes estrellaban sucesivamente sus barcas contra las rocas, por su incapacidad para sortear con habilidad el intenso oleaje.
El que se mantuvo al pairo incluso acabó beneficiándose del temporal desatado por quienes, al otro lado del mar, asumieron el riesgo de hacer zozobrar el gran barco europeo por no tener la paciencia necesaria para taponar pequeñas vías de agua que solo afectaban a sus camarotes.
La paciencia -algunos dicen el inmovilismo- obtuvo su premio el domingo en las urnas.
Y la paciencia, que no el inmovilismo, va a ser más necesaria que nunca para tejer un pacto de gobierno que sigue siendo casi tan difícil como el que no fueron capaces de lograr en los últimos seis meses.
Resultará imprescindible, porque no está el patio, ni el interior ni el exterior, para precipitaciones ni cálculos erróneos. Y tanto ganadores como perdedores ya han abusado bastante de la paciencia que siguen derrochando generosamente los electores.