Nacimiento, auge, caída y muerte de Podemos

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

05 jul 2016 . Actualizado a las 06:57 h.

Cuando alguien escriba la breve historia, o más bien el epitafio, de Podemos, hablará de un partido que entró en crisis de identidad a los dos años de su fundación y perdió a uno de cada cinco de sus votantes sin haberse estrenado siquiera en el Parlamento como fuerza de oposición a un Gobierno. En efecto, todo ha pasado muy deprisa. La misma verborrea inagotable de sus dirigentes que hace poco resultaba fascinante y casi hipnótica entre una ciudadanía acostumbrada al tostón carpetovetónico de los partidos tradicionales, resulta hoy estomagante y ridícula. Que Íñigo Errejón publicara hace casi exactamente un año un tuit con este texto: «La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura», provocaba curiosidad y hasta simpatía. Pero que el pasado domingo, con la que está cayendo, Errejón escribiera este otro: «Construir entendimiento entre las diferentes facciones de los que dirigen y disolver cualquier posible unidad autónoma de los subalternos», solo genera vergüenza ajena. La misma que provocaba escuchar ayer a Pablo Iglesias diciendo muy serio que Podemos debe «pasar de ser partisano a ser un ejército regular», o que Pablo Echenique hable de buscar «la solución amorosa» a la crisis del partido, pero advierta a la vez de que hay que «extirpar las malas hierbas». No hay límite al ridículo.

Ha bastado un tropezón electoral para que toda esa grandilocuencia de cartón piedra mude de genial a grotesca y se vean las tripas de la farsa. Reacciones como la del exgeneral Julio Rodríguez insultando a quienes no le votaron; la de medios que llaman directamente «gilipollas» a los votantes del PP y el PSOE; la del propio Iglesias haciendo que cuestiona pero en realidad dando pábulo a la abyecta teoría del pucherazo, o la de Juan Carlos Monedero revolviéndose contra los suyos y tachándolos de infantiles -¡Monedero llamando a alguien infantil!- demuestran de qué pasta estaban hechas sus convicciones democráticas. Muchos analistas deben asumir también su parte de culpa en esta tragicomedia. Por ejemplo, la de calificar de genial su frívola campaña del catálogo de Ikea y afirmar ahora, sin embargo, que su estrategia electoral fue pésima.

Cuando pase la crisis y en España vuelva a haber, como en todos los países de su órbita, un gran partido de izquierdas y otro de derechas, una parte de la izquierda se avergonzará de haber caído en las redes del populismo y entenderá la ocasión que desaprovechó cuando más falta le hacía al país una izquierda moderna y armada con sólidos argumentos para servir de contrapunto al pragmático rodillo conservador. Pese a los profetas del apocalipsis político, el destino de Podemos, que aguanta incluso peor que su primo hermano italiano, el Movimento 5 Stelle del bufón Beppe Grillo, es el de todos los populismos: desaparecer a medio plazo ahogado en sus luchas intestinas y sin haber aportado otra cosa que crispación, cursilería y mediocridad a la política española.