Existe el riesgo de que el forofismo -o hooliganismo si lo prefieren- salte del escenario futbolístico al de la vida real. Es más, yo creo que esa situación ya se está dando. Hay comportamientos de alineamiento apasionado de algunos aficionados con los colores de los equipos de fútbol que ya se están dando en la vida política y social española. Es un escenario nada bueno desde ningún punto de vista porque esa exaltación nada racional que se hace muchas veces de nuestro equipo, haga lo que haga, está muy lejos de lo que debe ser un comportamiento inteligente y civilizado. Y ya sé que es algo completamente generalizado; que lo hacen todos; que los clubes y marcas insisten en reforzar esa actitud porque con ella ganan en adeptos y por tanto en ingresos. Si un jugador de nuestro equipo hace algo negativo sobre el campo siempre hay una justificación. Incluso si es ilegal o peor todavía, si ese algo es una agresión. Al contrario, siempre habrá una forma de verlo sin descalificar al protagonista.
Lo peor es que ese comportamiento se está extendiendo ya a lo que hace, ese mismo jugador, fuera del campo. El forofismo hace que si ese jugador es un defraudador no solo le eximamos de responsabilidad, sino que lleguemos a decir que es víctima de un ataque. Mal me parece que ese argumento salga de un despacho de un club de fútbol -como estamos viendo estos días-, pero peor me parece si es asumido por los seguidores de ese equipo y coreado y aclamado por medios supuestamente afines. Ese forofismo llega también a hacer que se permita que otro jugador se pavonee y haga gala de su desprecio a los medios lanzando el micrófono de un periodista al lago sin que nadie condene ese hecho como debería hacerse o como se hace con cualquier otro actor público que tuviese esa actitud.
Ese alineamiento mimético con lo que hace tu equipo, o los jugadores de tu equipo, es lo que quisieran para sí muchas marcas. Esa sensación de militancia inquebrantable es el objeto de deseo de los directores de márketing de muchas compañías. Un alineamiento total y absoluto, sin fisuras, con una empresa o con un producto. Ese «yo soy del Barça» o «yo soy del Madrid» se convierte en un «yo consumo este producto» pase lo que pase y haga lo que haga mi marca o su competencia.
Lo que ocurre es que esa traslación del forofismo desde los escenarios deportivos a otros ámbitos puede tener consecuencias perversas. Ese «yo soy del Atlético», si se convierte en un «yo soy de Convergència» -por poner un ejemplo- convierte en justificable cualquier acción que se haga desde tal o cual formación política. Las militancias -ese goloso caramelo del márketing- provocan estas cosas. Es decir, se alejan de la razón y por tanto se convierten en una fidelidad a prueba de bombas y escándalos.
Además, si esto ya no suena demasiado bien, es peor todavía en lo que respecta al juego político y democrático del debate entre diferentes. En el forofismo no es fácil hablar con alguien de otro equipo y, mucho menos, consensuar cualquier decisión por sencilla que parezca. Por eso el forofismo fuera del deporte puede provocar enfrentamientos, discusiones y choques siempre sin argumentos y sin razones. Es un filtro que deja la inteligencia y la lógica a un lado y se queda con la visceralidad y la violencia.
Por todo ello, disfrutemos de nuestros equipos, de nuestras marcas o de nuestros partidos; pero nunca perdamos la visión crítica sobre nuestros colores y afinidades.