El timbre es un sencillo dispositivo, como un interruptor de mano, que se pone a disposición del paciente cuando ingresa en la planta del hospital. Es una especie de salvavidas, especialmente en pacientes mayores o personas sin cuidadores. La auxiliar o enfermera dice así al paciente temeroso y a veces aturdido que llega a la habitación: «Mire: coja el timbre y si necesita algo o se siente mal, apriete y venimos enseguida». Si el paciente no se mueve de la cama por su deterioro, bajo la almohada su mano sujeta con tenacidad el timbre. El timbre tiene un efecto cuasi salvífico.
Desde hace más de una semana los timbres de varias plantas del Hospital Clínico de Santiago están averiados. Las supervisoras dan parte al servicio de mantenimiento, por escrito, pero los timbres no se arreglan. Las alternativas son el primitivo grito de ayuda (los pacientes cuyo estado lo permite; en otro caso solo cabe el gemido), o bien la caritativa ayuda del acompañante del enfermo de al lado, que va hasta el control de enfermería a avisar.
Qué lástima. El timbre es un sencillo elemento humanizador. Es el precursor de la persona atenta y próxima: la enfermera o auxiliar. Si tocas el timbre, sabes que un profesional se acercará a ti, tomará tu mano, acariciará tu frente e intentará solucionar tu problema. Por la noche, siempre larga y dolorosa, el timbre es para el enfermo la luz de esperanza que el caminante atisba en el camino oscuro e incierto de su enfermedad.