Es cierto que si los independentistas catalanes siguen tensando la cuerda de la secesión, los poderes del Estado tienen en el cajón de las herramientas una muy útil, aplicada por el Reino Unido en Irlanda del Norte con efectos balsámicos: suspender la autonomía.
Si se optase por el artículo 155, la totalidad de los catalanes podrían obtener una gran ventaja: la bajada de impuestos. Porque es innegable que se les podrían reducir los tributos del tramo autonómico hasta las cotas que envidian de los madrileños, e incluso dedicar más gastos a servicios esenciales, ya que se acabarían las comisiones del 3, 4, 7 y 10 %, los dispendios en estructuras de Estado, las subvenciones a todo aquel que se declara independentista y quiere vivir de esta fábula en los territorios del histórico reino de Aragón, y otras partidas establecidas en las cuentas (y cuentos) de Cataluña para jugar a los soldaditos de plomo.
Cuando el Gobierno central, fuese el que fuese, tutelase temporalmente esa comunidad y sus residentes comprobaran que se hacían más cosas provechosas con menos dinero de su bolsillo y más en el propio, que es falso lo de «Madrid nos roba», que otras comunidades contribuyen más que ella a la solidaridad hacia las menos favorecidas, que las empresas ya no cambian su domicilio fiscal por otro más seguro y económico, y que su inmensa y creciente deuda disminuye sin necesidad de que les metan a cada poco la mano en la faltriquera, se desinflaría el globo secesionista y serían felices, porque la pela es la pela y bálsamo eficaz.
Con dos años de intervención por el Gobierno central y sin hacer lo que está haciendo Erdogan, Cataluña volvería al seny, conocería el dulce aburrimiento de la democracia y experimentaría con placer y orgullo las ventajas que tienen las autonomías cuando las administran políticos limpios y honorables que las defienden desde la Constitución y por la Constitución.
Daría gusto viajar entonces por Cataluña y comprobar que se respetan las libertades individuales, que se rotulan los negocios como al dueño le parece mejor para vender su mercancía, que en los servicios públicos te atienden en catalán o en castellano, según lo demande el ciudadano, que en las carreteras te señalizan en los dos idiomas oficiales, que la enseñanza es bilingüe, que se respetan símbolos comunes, que todo es más amable y menos crispado. En una palabra: que todo es normal.
Es cierto que pocos quieren llegar a la intervención a la que faculta el artículo 155 de la Constitución, que prefieren otras vías, aunque sean lentas, tortuosas y rebuscadas, pero estarán conmigo en que cuando el paciente requiere antibióticos hay que administrárselos a la mayor celeridad, porque es la mejor manera de atajar el mal y restablecer sus constantes vitales, esas que necesita para transitar cómodo por la vida sin cataplasmas ni parihuelas.
Consulten las hemerotecas y lean los pronósticos catastrofistas que se hacían ante la eventualidad de detener a la cúpula de HB. ¿Se acuerdan de lo que pasó cuando la Justicia la condenó y encarceló a sus miembros en 1997? Que todos, aquí y allí, respiraron felices. Pues eso.