Habrá quien echando un vistazo a las audiencias haya pensado que Las Campos o First Dates responden a un fenómeno paranormal que se escapa a la realidad razonable. Pero por extraño que pueda parecer, los espectadores hacemos fantasmadas de este estilo cada cierto tiempo. Y damos un ok absoluto de repente a un reality en el que la mayor tensión se produce cuando Terelu compra bragas en un mercadillo o a otros en los que se juega con el amor a primera vista. El aplauso tiene esa extrañeza de lo imprevisible, como el dardo inexplicable del éxito. En esa nebulosa del triunfo televisivo lleva Iker Jiménez escondido muchos años. Tantos que solo cuando se cuentan las temporadas una tras otra hasta doce se entiende que su programa guarda mejor que ninguno el misterio. Al menos el suficiente como para atrapar once años seguidos a los espectadores sin perder ningún interés. Si acertar en televisión es complicadísimo, reinventarse y resistir delante de las cámaras para hablarnos de lo que nos espeluzna es todo un enigma a la altura de unos pocos elegidos. Iker Jiménez va camino de demostrarnos que el domingo es para no dormir por mucho que nos empeñemos. Él, su mujer, y todo su equipo se encargan de evidenciárnoslo todas las semanas, con un estilo tan peculiar que incluso a quienes les horripila saben de que hablo. Porque lo ven. El misterio de la tele no tiene otra explicación.