Despachado con idéntico resultado el segundo intento de investidura de Mariano Rajoy y abierto el paréntesis de las elecciones gallegas y vascas, viene el tiempo de los comentarios de café sobre si Rajoy lo intentará de nuevo sin mediación real por medio, si el monarca iniciará otra ronda de consultas para proponer candidato o si, entendiendo que nadie tiene apoyos suficientes, dejará correr el calendario hacia las urnas de diciembre.
También cabe que Felipe de Borbón, respetando de nuevo el principio de neutralidad que le asigna la Constitución, arriesgue esta vez un poco más en su función moderadora en vista de que para ejercerla se requiere que sus interlocutores demuestren una receptividad y espíritu de servicio que no han manifestado en su elocuencia, y de que la institución que encarna sufre un desgaste peligroso por culpa de la situación.
Por ejemplo, es posible que el rey recuerde a Rajoy y a Pedro Sánchez, juntos o por separado, que si siguen los personalismos puede encargar la investidura a otro miembro del partido ganador que no esté salpicado por ningún caso de corrupción ni gravite sobre él sombra de condescendencia con ese mal. Y para que este movimiento no haga ganador a Sánchez, porque sacaría a Rajoy de la escena política y consolidaría al primero como jefe de la oposición, el simultáneo sería un congreso del PSOE que retirase también de la función a Sánchez y eligiese un secretario general menos cainita. Un político que pueda convertirse en estadista y que, como recordó Carlos G. Reigosa en estas páginas citando a Winston Churchill, «piense más en las próximas generaciones que en las próximas elecciones». Y todo antes del 25 de diciembre. Argumentada la decisión a los afectados, quizás baste su enunciado para desbloquear las posturas. Es lo que ha pasado a veces con el euro y la prima de riesgo cuando Mario Draghi ha insinuado algo.
Esta solución puede parecer arriesgada para la Corona e injusta hacia quien ha ganado con rotundidad tres elecciones consecutivas y nos ha sacado de la crisis económica, pero más peligroso es seguir celebrando comicios «hasta no se sabe cuándo» (Rajoy dixit), que es lo que se avecina si seguimos con un bloqueo político multidireccional en el que Sánchez pavonea su odio a Rajoy, Iglesias sus insultos a Rivera y los independentistas su egoísmo de aldea, exigiendo el derecho a decidir como cuestión previa a cualquier trato.
Volver a las urnas acrecienta el peligro para el sistema, el descrédito de los políticos y la cólera de los ciudadanos, que lo manifestarán mayoritariamente absteniéndose o depositando su papeleta nula porque habrán tachado ostentosamente el nombre de los escritos en ella. Con una participación inferior al 50 %, sufragios inválidos por doquier y una distribución de escaños similar, qué escenario se abre en España para afrontar los problemas que se acumulan.
Dicen los que saben que Bélgica es un país roto cosido por tres hilos: la monarquía, Bruselas y la roja (su selección nacional de fútbol). Los dos últimos seguirán ahí y el primero continuará con buena fibra mientras los belgas constaten su utilidad, que se suele manifestar después de cada elección general. Porque utilidad es la palabra para una monarquía parlamentaria.