No quieran ver en el título ningún místico afán. Ni intuyan que la expresión apocalipsis tiene relación alguna con el libro bíblico. La visión es profana. Metafórica, pero laica. Digo con ello que el debate de anoche se precipitó en una pasarela de acoso a Feijoo por la que desfilaron sus adversarios. Se afanaban en zaherir al candidato del PP y dibujar una Galicia mísera mientras el actual presidente de la Xunta, que empezó inquieto y se fue creciendo, repasaba los méritos de sus legislaturas. Unos cumplieron el papel que de ellos se esperaba. Otros, no. Leiceaga estuvo fuera de sitio, como su corbata y su cartelería azul roja, ejerciendo de hombre inclemente que viene del BNG y pretende encabezar un nuevo socialismo en esta tierra que no es socialista. El socialismo se caracteriza, en ocasiones, por decir una cosa y hacer la contraria. Por eso Núñez Feijoo los tumbó, a él y al BNG, recordándoles tiempos pasados y bipartitos (que no fueron mejores). Ana Pontón intervino conociendo que era el último tren al que podía subirse. Pero no intentó demostrar lo único que podía devolverle votos arrebatados: reivindicar que la única fuerza nacionalista es el BNG. Hasta la candidata Cristina Losada cumplió el rol asignado: Ciudadanos en Galicia no existe ni Galicia existe en Ciudadanos. Por eso habló en español.
Luís Villares, siendo un desconocido y queriendo ganarse a los que lo ven bisoño, se la jugó al todo o nada («Leva vostede sete anos falando sen facer nada», «Un PP ao que non lle importa o sufrimento», dijo). Y perdió. En televisión y con atril no pintaba bien. La pantalla y sus movimientos derecha-izquierda, como un péndulo, no lo ayudaban. Leer papel tras papel, tampoco. Citar constantemente a Baltar y llamarle acosador sexual, menos. Fijé mi atención en su discurso agrio esperando atisbar algo meritorio. No lo encontré. Después de escuchar su avinagrado relato, despectivo y vejatorio, me pregunté si la Galicia en apocalipsis que ellos ven es la Galicia real. No lo creo. Ni creo que todo sea maldad y vileza. Luís Villares, jugando a ser malote, engrandeció a Núñez Feijoo hasta agigantarlo. Y Leiceaga, sin saber qué cámara era la suya, se sintió más solo en su soledad: con sus ojeras y sus carteles bicolor. Después del debate las dudas se deshicieron. O se cae el cielo, otra metáfora apocalíptica, o la mayoría absoluta del PP es incuestionable. El peligro es morir de éxito: la alternativa a Feijoo es que no hay alternativa a Feijoo.