Al no tener el placer de conocer a Villares -candidato de En Marea-, ni disponer de tiempo para asistir a sus mítines y debates, tuve que recurrir al análisis del discurso para ver y entender su propuesta de gobierno. Por eso sabía, desde hace un mes, que su modelo político es el alcalde de Ferrol, y que su imagen de líder va a resumirse en un camino de evolución inversa: «Ascender de capitán a sargento», como dice el refrán, o pasar «da toga á faldra fora», como matizaban los viejos de Terra de Montes, donde los juicios políticos se vierten siempre con aguda fineza. Lo que no sabía es que Luis Villares era consciente de su querencia. Por eso le agradezco que lo haya revelado. Pero la cuestión tiene más fondo que una mala elección de paradigma, o un abierto error en la creación de una imagen que acabará valiendo más que mil palabras. Porque lo que subyace en las actitudes y broncas descalificaciones lanzadas por Villares es la repentina inmersión de un juez en la alta política, que, por carecer de conocimientos sobre su nueva profesión, y de la madurez y prudencia necesaria para hacer con humildad su iniciación, le está llevando a confundir los dos polos de su nueva vida, hasta creer -como si tal cosa fuese un avance, y no una empanada- que la Justicia debe ser eficiente y el Gobierno justo.
Claro que, lejos de ser original en esto, Luis Villares -que en todas sus frases sitúa al juez como telón de fondo- es un magnífico ejemplar de la neodemocracia judicialista, en la que todos los magistrados creen que la función judicial, sus incumplimientos de horarios y sus generosas compatibilidades deben estar protegidos por el sagrado principio de la independencia de poderes, mientras esa misma independencia ?revestida de nefasto y creciente populismo- les permite invadir los demás poderes y entrar a trollo en las esencias y contextos de las actividades legislativa y ejecutiva. Por eso supongo, sin saberlo, que Villares debió ser el número uno de su promoción, y por ello le felicito.
Lo que lamento es que Villares no asuma que la regeneración de España no puede hacerse sin recuperar la autonomía y el prestigio del hecho político. Y que esa restauración de la gobernanza tampoco será efectiva si se habla de la política como si fuese un fol de veleno, mientras se hace una sobreprotección instrumental del legislativo y del judicial para que, lejos de servir al mejor gobierno del Estado, refuercen la lucha desleal contra el sistema y contra el respeto institucional, la estabilidad y la autonomía del poder ejecutivo. Por eso supongo que Villares no tiene muchas esperanzas de llegar a Monte Pío.
Porque, si pensase en gobernar, no estaría poniendo minas debajo del poder que quiere ostentar. Ni convertiría en modelo a uno de los alcaldes más difusos e ineficientes del hemisferio Norte.