La guerra interna del PSOE

OPINIÓN

03 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En el PSOE había una situación bélica que siguió los pasos rituales de calentamiento, con manifestaciones públicas, alguna de singular relevancia como la de Felipe González, advertencia de lo que podía suceder si no se tenían en cuenta, declaración oficial de la guerra y enfrentamiento en el campo de batalla en que se convirtió el Comité Federal. La ocasión determinante del inicio formal de las hostilidades fue la iniciativa táctica de convocarlo por parte de Sánchez, prevaliéndose de su poder institucional para asegurar su futuro. Consistió en un levantamiento interno formalizado con las dimisiones de la mayoría de los miembros del Comité federal, el órgano más importante en situaciones de normalidad. No se han ahorrado gestos, por parte de Ferraz, constituido en fortaleza, ni por parte de los discrepantes que pretendían tomarla, de estar en guerra, civilizada si se quiere apelando a argumentos jurídicos, concretada en sustituir al Secretario General por una Gestora o en convocar primarias y Congreso en fechas favorables para aquel. Se levantaron las espadas y por más que Susana Díaz proclamase que no hay bandos, la realidad es la existencia de dos posiciones profundamente enfrentadas. No es fácil zurcir el desgarro, porque la lucha no se reduce ya al poder interno del partido. En el meollo del conflicto está el rumbo o la posición que el PSOE ha de adoptar en el alterado marco político general. Podemos y confluencias han irrumpido en el espacio de la izquierda amenazando la primacía del PSOE, lo que no es ya una mera hipótesis. Para hacer frente a esa nueva realidad se han perfilado dos tendencias, una más cercana a su nuevo rival y otra partidaria de revitalizar la vía socialdemócrata. Esa diferencia de carácter ideológico se encuentra enturbiada por la necesidad de definirse respecto de hacer posible o no un gobierno del PP con una abstención. Disyuntiva a la que apeló Sánchez para mantener su posición, contando para ello, según sus cálculos, con el respaldo mayoritario de la militancia, en contra de lo defendido con razón por la presidenta andaluza, Felipe González o Rubalcaba: España lo primero, después el PSOE. No parece que Sánchez haya atendido a la referencia objetiva de los votantes. La lógica democrática le debería haber llevado a presentar su dimisión después de los fracasos en las sucesivas elecciones con el sorpasso doble de las últimas. La línea seguida ha dificultado encontrar una solución que hubiese evitado el espectáculo bochornoso de este sábado y al final su dimisión, al serle adversa la votación. El problema en el PSOE viene de más lejos. Precisa de un sosiego que no existe mientras no se resuelva el del Gobierno. No ayuda el modo en que se ha forzado la dimisión de un Secretario General por muchos de los que le habían aupado, por primera vez elegido por los militantes. Al menos, esa decisión hace improbable que continúe el combate en los tribunales o con una guerrilla en el Congreso de los Diputados.