Al final ganaron los partidarios de la máxima de Groucho Marx frente a los que preferían la de Mao Tse-Tung. Pedro Sánchez sufrió su derrota final tras las pírricas victorias de antaño en los órganos de gobierno y ha dejado un PSOE dividido y con el suelo de votos más bajo de su reciente historia democrática.
La victoria final del madrileño hubiera supuesto, como intuyeron sus críticos, un giro del PSOE hacia las tesis marxistas, republicanas y asamblearias de Podemos, frente a las de una formación socialdemócrata, constitucional y de gobierno, que es lo que decidió en su congreso extraordinario de 1979 y a lo que ha sido fiel desde entonces. Ahora toca coser un cuerpo roto mediante el fino hilar de la comisión gestora, dirigida por un hombre de bien y verdadero socialista como es Javier Fernández, e integrada por territorios y no por bloques, en donde solo han dado la espantada los vascos Idoia Mendía y Patxi López.
Lo primero que hará esta gestora será convocar al nuevo comité federal para decidir su posición ante otra eventual ronda de consultas del rey para encargar la formación de gobierno antes de que se disuelva automáticamente la XII legislatura. Despejada esta importante incógnita, quizás le toque negociar con el PP unos acuerdos, por algunos llamados de La Moncloa II (PP-PSOE-Ciudadanos y eventualmente Podemos), para facilitar la formación de un Ejecutivo para España, el asunto prioritario para quienes desencadenaron la dimisión de Sánchez. Después, con calma, primarias, un congreso organizado con cabeza, nuevo secretario general de amplio consenso y que mire lejos, un programa actualizado para estos tiempos y nueva ejecutiva federal que, como en otros momentos de su historia, fortalezca el partido para que en las próximas elecciones, no antes del 2019, dé buena cuenta de Podemos y dispute la presidencia al PP. Porque con los independentistas desbocados para romper España, diez meses con un Ejecutivo en funciones, el Legislativo paralizado, las comunidades autónomas sin presupuestos del 2017 porque tampoco se pueden aprobar los del Estado, y yendo a Bruselas con muletas y mudos, otra cosa sería suicida.
Tierno Galván dijo que «el poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado o estalla». A Sánchez le estalló y desató el delirio contra la razón, mientras España sigue bloqueada. En estas condiciones es perjudicial ir a otras elecciones porque entonces el PSOE sería residual y no contribuiría a la vertebración de España y a la alternancia tranquila del poder. Por ello, que ni por asomo juegue el PP a terceras.
En el calvario por el que han pasado los socialistas, los más veteranos han escuchado descalificaciones, desprecios y salmodias hasta de Pablo Iglesias. Han sido verdaderas humillaciones para una formación que debe reconstruirse y llevar a Podemos al rincón del hemiciclo. Sánchez quiso convertir al PSOE en Podemos y gobernar con separatistas. Pero el PSOE no es Podemos ni debe dar miedo, porque entonces desaparecerá y acabará fagocitado por las huestes antisistema que hasta el sábado salivaban y corrían hacia la carnaza.