Ante todo mucha calma -Siniestro Total-: va a seguir habiendo pensiones. Otra cosa es su cuantía. Lo malo será cuando los jóvenes se huelan que pagan más para recibir menos. Mientras tanto, iremos tirando con el truco del almendruco del racionamiento permanente.
Nuestro sistema de Seguridad Social arrancó como mutual a principios del siglo XX, y dio su gran salto en 1966, con el decreto 907, que desarrolló la Ley 193/1963. Su artículo 20 recogía las coberturas -acción protectora-, comenzando por la asistencia sanitaria, «en los casos de maternidad, de enfermedad común o profesional y de accidentes, sean o no de trabajo», seguida por «prestaciones económicas en las situaciones de incapacidad laboral transitoria, invalidez, vejez, desempleo, muerte y supervivencia», y por «prestaciones económicas de protección a la familia. Con carácter anual se concederán premios nacionales y provinciales de natalidad». Claro, comenzaban a recogerse los frutos de los planes económicos de los tecnócratas, tras el desastre autárquico de los iluminados del ominoso régimen.
Esa prodigalidad obedecía a que había muchos jóvenes cotizando y pocos ancianos. Pero la torna demográfica mudó gracias a la medicina y por culpa del derrumbe de la natalidad, y aunque la economía española creció con fuerza desde entonces, más creció la demanda de pensiones. Y surgió el truco del almendruco: vamos quitando prestaciones con cargo a cotizaciones para costearlas con cargo a impuestos. Milagrito contable. Con una reforma pasamos la factura sanitaria de la Seguridad Social a Hacienda. Con otra congelamos las pensiones. Con otra las bajamos -siempre las futuras, no vaya a ser- subiendo las cotizaciones y su período mínimo. A la postre es como ir racionando el agua en un bote a la deriva, donde nadie tiene un plan.
La solución requiere un bypass a corto plazo, costeando todo con el IRPF. Así cada cual tendría un incentivo para declarar sus ingresos reales, ya que la futura pensión estaría ligada a lo pagado, y aportarían las rentas de trabajo más las de capital. También se bajaría el coste de contratar trabajadores, que explica el crónico paro español, y la factura social sería más solidaria y transparente. Si no se hace esto, vayan buscando unos cuantos niños y tatúenlos como sus cotizantes personales -ya aviso que no hay niños para todos-. Pero a largo plazo hay que mejorar la competitividad mediante una eficiente inversión en educación, y fomentar ya la natalidad o la adopción masiva de niños, elijan. Lo que no es de recibo es amenazar a las futuras viudas y huérfanos, por los que ya venimos cotizando. Eso es inadmisible. Recordemos Éxodo, XXII, 21-23: «No harás daño a la viuda ni al huérfano». Una madre relegada en la vida laboral no puede ver hurtada un día su pensión como viuda a la vez que congelan la mísera pensión del huérfano. Ojo a este pérfido truco vendido como falsa modernidad. Racionar más el agua o tirar gente por la borda no nos salvará.