El Sábado Santo, en una pastelería de Barcelona, entró una chica muy desenvuelta y dijo: «Póngame, por favor, un tribunal constitucional». En los pocos segundos que tardó el dependiente en servirla experimenté todas las intrigas y taquicardias que caben ante una petición tan insólita, hasta que, completamente atónito, vi que le servían una mona de Pascua y le cobraban 1,25 euros. ¡Es genial! Y lo único que siento es no haber identificado a la chica para, siguiendo la pauta Bob Dylan, proponerla para el Nobel de literatura, ya que nadie definió mejor que ella, y en solo tres palabras, dos conceptos tan distantes como el Tribunal Constitucional y las monas de Pascua.
Recordé este suceso mientras escuchaba la tópica y retórica monserga conocida como mensaje de Navidad, en la que Felipe VI habló de la igualdad de los españoles, del orden constitucional y de otras andróminas por el estilo. Porque, aunque la mayor parte de mis colegas entienden que el rey se dirigía específicamente a Cataluña, al procés y a los independentistas, yo creo que el monarca no es tan iluso, y que en realidad solo estaba hablando para extremeños y murcianos.
Porque es en Murcia y en Extremadura donde se liquida a un alcalde por cobrar una dieta de más, o por retirar la bandera de España, o por mandar al Tribunal Constitucional a tomar viento a la Marola, o por retrucar a cualquier resolución de la Justicia diciendo que son trapalladas urdidas contra de la libertad y la democracia al dictado del Gobierno. La advertencia de que en España no caben los que «ignoren o desprecien los derechos que tienen y que comparten todos los españoles» no puede ir dirigida, en serio, a los que reclaman negociar su desconexión en paridad con el Estado, o que el propio Estado herede sus deudas cuando proclamen unilateralmente su independencia.
Es imposible que el rey siga creyendo que Puigdemont, Junqueras, Forcadell y la CUP hablan y entienden el lenguaje constitucional de la unidad, la solidaridad y la igualdad. O que valoran más la fuerza de la ley que la del chantaje político y jurídico al Estado. O que buscan algo distinto a un trato político y económico privilegiado. Y por eso entiendo que el rey solo advertía a los extremeños y murcianos, y, si acaso, a los marcianos. Porque solo para ellos tienen fuelle y poder los tribunales y los conserjes del Estado, mientras Cataluña se ha convertido en la universidad que está formando a Soraya -la erasmus mayor del Reino- en técnicas dialogadas de cesión y desconexión. Por eso propongo que el próximo mensaje de Navidad se emita -¡con subtítulos!- desde Cataluña, y que en él se aluda a unos pasteles típicos de la zona -las monas de Pascua- que el ingenio independentista rebautizó con acierto como «tribunales constitucionales». Porque lo que importa, de verdad, es el diálogo.