Con un panorama televisivo muy atomizado, series de culto popular para todos los gustos y presupuestos multimillonarios; con una competencia feroz entre canales por arañar unos puntos de audiencia y con nuevos hábitos de consumo a través de dispositivos que quieren hacer viejo el televisor, el miércoles por la noche triunfó en las pantallas el primer episodio de El final del camino. Un orgullo para Galicia por varias razones.
Porque una buen parte de los actores, del equipo técnico y de los escenarios son de Galicia. Porque más de dos millones de personas que la siguieron la otra noche -y los que se sumen en los siguientes capítulos- van a descubrir algunos episodios de la historia de un reino antiguo que incluso los gallegos a veces ignoramos y de la que muchas veces renegamos. Porque el telón de fondo de la intriga es la construcción de la catedral de Compostela, el final de un camino que, además de referencia espiritual para millones de personas de todo el mundo a lo largo de los siglos, se ha consolidado como el destino de muchos turistas y que ha contribuido a que España pueda batir un nuevo récord de recepción de visitantes.
Y es un orgullo porque se trata de un producto cultural -con unos estándares de calidad e interés que es evidente que sobrepasan las fronteras de Pedrafita y el Padornelo- que sale de la factoría audiovisual de una empresa gallega hasta los tuétanos que acaba de cumplir 135 años comprometida con la comunicación y la cultura de Galicia. El éxito de la serie producida por Voz Audiovisual -como lo es que este país sostenga a La Voz de Galicia como el cuarto periódico de España- es un acicate para sacudirnos complejos.