Tuvo que llegar tarde a una inauguración, atrapado en un atasco que los vecinos padecían a diario, para que, allá por mediados de los años noventa, un conselleiro con mucho peso y mando en el gobierno de Fraga diese un puñetazo en la mesa y ordenase acabar la obra de una carretera que llevaba años atascada. Dice el ministro de Fomento que viajará personalmente a Galicia cada tres meses, como aval de su compromiso de que la nueva demora hasta el 2019 para la llegada del AVE será la última. Que se aseguren de que viaje como el común de los mortales para que no le queden dudas de que la alta velocidad viene lenta y llega tarde.
Pocas dudas había de que el Gobierno -todos los Gobiernos- nos engañaron a los gallegos de forma reiterada y contumaz con los plazos del AVE. Como con tantas otras cosas. Pero es de agradecer que lo reconozca el propio Núñez Feijoo, cuyo ascendiente sobre los dirigentes de su partido en Madrid tal vez sirva para que dejen, ahora sí, de tomarnos el pelo. Y que no se enfade el presidente de la Xunta si algunos gallegos lo meten a él también en el saco de los que alimentaron el escepticismo con el que recibimos cada anuncio de la fecha en la que se podrá llegar a Madrid en tres horas.
Si no vuelve a haber imponderables (el último pretextado: nueve meses de Gobierno en funciones), el AVE estará plenamente operativo en Galicia casi treinta años después de que llegase a Sevilla. Y once años más tarde que a Barcelona. Demasiado tiempo perdido que, por otra parte, hemos empleado convenientemente en seguir explicándonos a nosotros mismos las causas de que el país se quede sin gente. Fecha anotada: tercer trimestre del 2019.