Puede que lo hayan visto en la prensa estos días. Michael Karkoc, un anciano de 98 años, de mirada bondadosa, pelo blanco y sonrisa frágil. Un abuelo afable con sus nietos y un buen vecino, que ha trabajado los últimos sesenta años como carpintero en Minessota. El típico hombre mayor con el que te gusta cruzarte por las mañanas para comentar el tiempo.
Karkoc es todo eso pero al mismo tiempo es el dueño de un secreto oscuro que acaba de salir a la luz. Y es que Michael Karkoc fue oficial de las SS durante la II Guerra Mundial, miembro de los tenebrosos Einsatzgruppe y responsable directo de la muerte de decenas de civiles polacos durante la contienda. Ahora la Fiscalía de Polonia pide su extradición para juzgarlo por crímenes contra la humanidad y viejas piedras vuelven a moverse tras décadas en la oscuridad.
El nazismo alumbró un número singularmente alto de bestias que durante unos años camparon a sus anchas por la Europa ocupada. Al acabar la guerra, los que no habían muerto buscaron agujeros profundos donde esconderse y solo la paciencia y el tesón de ciertos cazanazis como Simon Wiesenthal consiguieron atrapar a unos cuantos. Pero otros tantos consiguieron escapar de sus redes y llevaron una vida tranquila y apacible, sin responder por sus crímenes, como el abuelo de Minessota.
Hoy, la mayoría ya han muerto y los pocos que quedan, como Karkoc, que sufre de alzhéimer y no recuerda nada de aquella época, suponen más un problema diplomático que justicia efectiva si son encontrados. Los últimos nazis se mueren y en unos años no debería quedar ninguno.
Pero la historia es tozuda y a veces, perversa. A medida que la vieja generación de bestias se extingue, una nueva camada va viendo la luz. Una generación de partidos políticos, líderes carismáticos y proclamas que, aparentando ser nuevas y salvadoras, esconden el viejo veneno que motivaba a Karkoc y a la gente como él a cometer sus crímenes con la conciencia tranquila.
La prensa tiende a ponerles la etiqueta de populistas por no utilizar las palabras nazis o fascistas, que son las que realmente les vienen al pelo. A diferencia de sus predecesores, no usan uniformes militares ni se rodean de parafernalia, pero sus objetivos son los mismos: bajo el reclamo de luchar contra la crisis y el desamparo, proponen pureza racial, grandeza para mi (su) patria cueste lo que cueste y odio profundo y desconfianza al vecino. Wilders, Le Pen, Farage, tanto da. Mismo perro con distinto collar.
Podría pensarse que Europa, después de sufrir las dos guerras más devastadoras de la historia sobre su piel, habría quedado inmunizada contra este virus. Que habríamos aprendido la lección y que nos daríamos cuenta de que mejor juntos, aun con roces, que enfrentados. Se ve que aunque Karkoc y los que eran como él ya caminan hacia las llamas del infierno, su legado será mucho más difícil de borrar.