Siendo apenas un crío era aficionado, como todos los chavales preadolescentes, a las cancioncillas populares de rima fácil y a poder ser de contenido picante o jocoso. Muchas de esas estrofas llegaban de rebote a nuestros oídos y las repetíamos sin saber muy bien cuál era su significado o doble sentido, más allá del chiste fácil. Aparte del manido «Franco, Franco tiene el culo blanco» y cosas similares recuerdo que una de las que hacía furor era «Carrero Blanco, campeón de salto».
Maldita sea si teníamos la menor idea de quien era Carrero Blanco o por qué había volado por los aires. Formaba parte del acervo jocoso popular y punto. Todo esto viene a cuento de la reciente condena que la Audiencia Nacional le ha impuesto a una tuitera, Cassandra Vera, por un delito de enaltecimiento del terrorismo.
Al parecer la muchacha escribió una serie de tuits en los que hacía chistes jocosos sobre Carrero Blanco y el atentado que le costó la vida hace cerca de cuarenta años y por ello le han cascado un año de cárcel.
Vaya por delante que, en mi humilde opinión, hacer chistes de Carrero Blanco a estas alturas está al mismo nivel que los chistes de Morán, aquel despistado ministro de Exteriores de González sobre el que corrían innumerables coñas o hablar imitando a Chiquito: son cosas que hicieron gracia en su momento pero que ahora huelen a rancio que tumban.
Es algo que ya está fuera de lugar. Pero también está fuera de lugar la sentencia de la Audiencia Nacional.
No me cabe la menor duda de que jurídicamente está bien fundamentada, pero es un caso flagrante de sobreactuación del órgano jurisdiccional. Hablando en plata, se cumple la ley, pero no imparte justicia, que es lo que debería hacer.
Y digo que no es justo porque al fin y al cabo, lo de la tal Cassandra son chistes, de mal gusto si quieren, pero chistes, que hasta la propia nieta de Carrero ha dicho que no le molestan en absoluto.
El efecto conseguido es justamente el contrario. Los chistes de Carrero, que vivían cómodamente olvidados en el desván de la memoria colectiva, se han disparado por miles en las redes sociales, en un efecto reacción de una sociedad que no entiende esa manera de matar moscas a cañonazos.
Y además, como bola extra, han conseguido que el común de los ciudadanos mire con profunda desconfianza a la justicia, una justicia que tiene tiempo para condenar a una tuitera chistosa pero que no tiene empacho en permitir que personajes como Urdangarin campen a sus anchas, pese a haber cometido delitos de mucho más calado. Y en ambos casos, con un escrupuloso y correcto cumplimiento de la justicia, ojo. Que es de traca.
Cassandra Vera puede ser una persona con un sentido del humor espantoso, nula empatía emocional y moralmente reprobable, pero ese no es motivo para ser condenada.
De aceptar lo contrario, más me vale vigilar que mis hijos no repitan chistes de Morán en el colegio. Por si acaso.