En ocasiones, envueltos en el fragor y el ruido de las noticias diarias, corremos el riesgo de perder de vista algunas cosas realmente importantes que están teniendo lugar ahora mismo y que suponen un cambio real de las reglas del juego. Quizás no para usted ni para mí, pero sí para las generaciones futuras, a las que le importarán un pimiento los rifirrafes entre Le Pen y Macron o el último tuit ocurrente de Trump. Les hablo de la carrera espacial, que se ha relanzado justo delante de nuestras narices sin que nos demos cuenta.
Elon Tusk, dueño de Tesla, Richard Branson, propietario de Virgin, y Jeff Bezos, el dueño de Amazon. Tres de los hombres más ricos del planeta, fundadores de empresas punteras en sus sectores, rivales entre ellos pero unidos por un sueño común: llevar al hombre a colonizar el espacio, más rápido, mas eficientemente y sobre todo, más barato.
Esto que podría sonar a pura ciencia ficción ya es una realidad, con cifras y nombres. Bezos anunció hace unas semanas que Amazon invertiría mil millones de dólares al año en su proyecto New Shepard y esta misma semana el Space X de Musk ha puesto en órbita un satélite del Ejército de Estados Unidos, algo impensable para una empresa privada hace menos de una década.
La clave de todo este asunto radica en la reutilización de componentes, lo que permite abaratar los costes de manera brutal. Lo que antes era un terreno vedado para las grandes potencias y sus inacabables recursos públicos es ahora un terreno abierto para que las compañías privadas puedan iniciar su propia carrera espacial. El Spaceship 2 de Branson comenzará a pasear turistas en el espacio este mismo año y Musk pretende lanzar una cápsula Dragon 2 a la Luna en el 2018. La velocidad a la que se suceden los acontecimientos en esta carrera es fulgurante.
La gran beneficiada de toda esta historia es la humanidad en su conjunto. Salir de nuestro planeta, poder explotar los recursos cercanos y comenzar, aunque sea tímidamente, la colonización espacial es la última gran frontera del ser humano. Y cuando el ingenio colectivo y el capital apuestan por recorrer ese camino, es que sin duda ya estamos preparados para iniciar la aventura.
Puede que todo esto le suene disparatado, o que crea que hay cosas mucho más importantes que hacer en nuestro planeta antes de ponerse a lanzar naves al espacio. Lo entiendo y lo respeto. Pero me permito recordar que cuando James Watt presentó su primera máquina de vapor en 1769, la mayoría de la gente no se lo tomó en serio y le tacharon de chiflado y visionario. Dos décadas más tarde, el mundo había cambiado por completo, y para mejor.
No conviene olvidar que de las auténticas revoluciones solo nos enteramos, por lo general, una vez que ya han comenzado.