Hay que reconocerle a los ingleses una cosa: son los maestros mundiales del humor absurdo, esa especie de mezcla de ironía británica y trazo grueso que tan bien han recogido sus cómicos, desde Benny Hill a los Monty Python. Lo que nadie podía sospechar es que ese gusto por el chiste iba a acabar filtrándose al común de los ciudadanos primero y de ahí a sus dirigentes. Por lo visto se han propuesto que su clase política sea la más ridícula y absurda de Europa y lo están consiguiendo con creces.
Hagamos un poco de moviola. En el 2016, tenemos a David Cameron, primer ministro tory (conservador). Goza de una sólida mayoría absoluta en el Parlamento y el apoyo generalizado de sus votantes. De repente, en un rapto de humor británico, decide convocar un referendo que le otorgue más respaldo a la hora de negociar con la Unión Europea.
Los votantes británicos, en otro guiño de sentido del humor british, deciden votar todo lo contrario de lo que se esperaba de ellos y gana el no a la Unión Europea por un estrecho margen: El brexit se convierte en una realidad , amparado por personajes como Nigel Farage, que encajaría perfectamente en una comedia de Ozores.
Irritado por no entender el chiste (no olvidemos que todo esto es humor, o por lo menos eso parece desde fuera), David Cameron renuncia al cargo y le pasa los trastos a su ministra de Interior, Theresa May. Esta se ve de repente al frente del país, contando todavía con una sólida mayoría absoluta parlamentaria, con una oposición desorganizada, desmoralizada y caótica enfrente y con un mandato aparentemente sencillo: salir de la Unión.
Ante esa tesitura, May hace lo opuesto a lo que haría cualquier burócrata gris y sin sentido del humor (aprovechar una situación tan favorable para negociar a gusto) y decide recurrir otra vez al gracejo: convoca unas elecciones para obtener más respaldo a la hora de negociar con la UE. Sí, ya sé, es el mismo chiste que hizo David Cameron unos meses antes, pero se ve que a los británicos no les importa repetir la humorada si les hace gracia.
Una vez más, los electores, invadidos por el espíritu de coña y jolgorio, deciden votar lo contrario de lo que se esperaba de ellos: May pierde la mayoría absoluta, el desahuciado Corbyn, líder de la oposición y opuesto al brexit se queda a apenas dos puntos de la victoria electoral y para más inri, casi todos los líderes que apoyaban la salida de la UE pierden su escaño. De golpe surgen voces diciendo que a lo mejor eso del brexit habría que dejarlo para luego o… ¡Votarlo otra vez! Y todo esto en apenas un año: son unos fenómenos del humor, caramba.
Llegados a este punto, estarán conmigo en que todo esto no puede ser otra cosa que un gigantesco chiste, una broma monstruosa que los electores británicos le están gastando al resto de Europa. Porque si no es eso, nos encontraríamos ante la clase política más torpe, vil y arrogante en décadas, que mecidos por el oportunismo y el cortoplacismo estarían amenazando con derribar la casa común en la que todos los europeos vivimos.
Y eso sí que no es ningún chiste.