¿Qué hacemos con las libertades? ¿Las defendemos, cuidamos y potenciamos? ¿Las dejamos en remojo y nos olvidamos? ¿O les ponemos grilletes? La respuesta parece obvia: siempre proteger la libertad. ¿Pero estamos dispuestos a hacerlo con todas las consecuencias, incluso cuando no nos conviene?
Ser libre en plenitud es un anhelo masivo. Lo consideramos un derecho irrenunciable y no aceptamos que nadie nos lo limite. Pero la cosa cambia cuando se trata de defender la libertad de los demás. Llevamos muy mal que el prójimo, no ya sea diferente, que por ahí podemos pasar, sino que ejerza de diferente, que entonces puede que nos pise algún callo y veamos las cosas de otra manera.
Y si entramos en política, el terreno es más peligroso. Podemos vetó a seis medios la asistencia a un acto. La razón no fue un problema de espacio en el local de la reunión, sino la aplicación de un derecho de admisión en base a la forma en la que El País, la Ser, El Periódico, Ok Diario, El Independiente y Voz Pópuli tratan a esta opción política.
El asunto es más grave que anecdótico. El morado es un partido con vocación de gobernar este país. Si tal cosa llegara a suceder algún día, tendrá bajo su control el aparato del poder del Estado. ¿Cómo trataría entonces Pablo Iglesias al discrepante? ¿En qué consideración tendría su partido la libertad de los demás? Da un poco de respeto pensar que un grupo político nuevo, que se presenta a sí mismo como regenerador de la democracia española, chantajee la libertad de expresión. A fin de cuentas, de eso van los vetos, de un chantaje a la libertad.
Ya sabemos de la relación de amor-odio de Pablo Iglesias con los medios. Le fascinan y le encanta frecuentarlos. Se desenvuelve con soltura y reparte mandobles verbales sin parar. Pero, en cambio, tiene la piel muy fina cuando se trata de recibir esos mandobles. Quizá por ello de su boca haya salido una de las mayores amenazas a la libertad que se han proferido en España en muchos años: «Que existan medios privados ataca la libertad de expresión. Si alguien tiene que tener un medio de comunicación tiene que estar controlado por algo que se llama Estado». Tan textual como terrible y antidemocrático.
No es un problema único de Podemos o de Iglesias. Vemos con frecuencia comentarios, ataques y amenazas procedentes de partidos, asociaciones y grupos varios que son recibidos y valorados en base a las filias y las fobias de cada cual. Pero en el caso de Podemos existe una fijación. Si no entendemos que la mejor defensa de las libertades es admitir y reivindicar la de aquellos que se encuentran en las antípodas de nuestro pensamiento, nos sumiremos en una involución hacia un mundo casi olvidado, que no desconocido. Si los seguidores de Podemos aceptan estos vetos con naturalidad, contribuirán a generar una sociedad crispada y temerosa de expresarse en libertad.
La grandeza de un político se mide en su contribución a una sociedad libre y próspera. De momento, Iglesias contribuye poco y veta mucho.