Vivimos en una economía de mercado en la que existe libertad de movimientos y de establecimiento. Las empresas venden fuera para aumentar su volumen de negocio, al tiempo que ajustan la configuración de su oferta y deslocalizan funciones para mantener su competitividad. Las compañías procuran factores y competencias con menores costes o con mayor capacidad de generación de valor añadido.
En las últimas dos décadas, la transferencia de actividades productivas de Galicia al norte de Portugal ha tenido como finalidad aprovechar las ventajas en materia de costes (especialmente trabajo y suelo) y en condiciones de contexto (especialmente proximidad, conectividad y operación logística).
La intensificación de la transferencia en los años más recientes está justificada también por el desarrollo de un entorno amigo de los negocios (business friendly), sobre todo en materia de licenciamiento, tramitación administrativa y fiscalidad, y por la mejora considerable de la cualificación y capacitación de los recursos humanos. Los sucesivos Ejecutivos portugueses y, sobre todo, los gobiernos de algunos ayuntamientos lusos se han dado cuenta de la importancia de diseñar e implementar medidas que favorezcan la localización y el crecimiento empresarial: una buena base empresarial genera rentas y empleo y resuelve problemas de financiación.
Es difícil poner puertas al campo. La deslocalización es difícil de evitar, pero se puede mitigar. En Galicia se ha hecho poco para que así sea. Contra el diferencial salarial no se puede hacer gran cosa. No obstante, en otras dimensiones se pueden adoptar medidas que garanticen la permanencia de las empresas locales y que aumenten el atractivo de la comunidad gallega como destino para la captación de inversión empresarial. En materia de disponibilidad y precio del suelo, de condiciones de contexto y de entorno de negocios hay mucho margen de mejora.