Poco a poco, nos vamos haciendo una idea de todo lo que contribuimos al año en forma de impuestos. Tanto en los que gravámenes al trabajo, como en el resto de impuestos y tasas que se pagan en el día a día. Más allá de que tengamos la percepción de que pagamos impuestos altos, pocas veces hacemos balance de cuánto contribuimos y cuánto recibimos en servicios públicos. De cada 100 euros de sueldo bruto, 20 van a parar a la caja de la Seguridad Social pero no para pagar la pensión de uno mismo, sino para la de su padre o abuelo. Durante su vida laboral -salvo que quede en desempleo- cotizar genera un futuro derecho de cobro de una pensión que dependerán de las generaciones venideras.
El resto de impuestos, salvo las tasas con las que se paga un servicio finalista como la basura, más toda la deuda que se emite, financian los servicios públicos. El beneficio viene por la vía directa que es, por ejemplo, la consulta del médico o una clase en la escuela pública, pero también por vía indirecta que cabe entenderse como cobertura frente a imprevistos.
Hay recientes estudios como el de Peter Level para el IFS británico que muestra que solo un 7% de los contribuyentes a lo largo de su vida recibe más de lo que contribuye. Depende de cuáles sean las necesidades de cada uno, pero esto hace que pensemos dos veces si tenemos un Estado sostenible.