Vivimos de lujo

Pedro Armas
Pedro Armas EN VIVO

OPINIÓN

06 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El Parlamento catalán ha aprobado una ley para gravar los bienes de lujo, de representación, que no sean imprescindibles para la actividad de las empresas (coches deportivos, yates, cuadros, joyas y similares). Los partidarios del referendo votaron sí, los contrarios al referendo votaron no, los socialistas se abstuvieron. El asunto parece tener un trasfondo más territorial que económico. Un impuesto sobre los activos no productivos no es propiamente un impuesto sobre la riqueza, ni supone una redistribución de la misma. Tampoco es una medida relevante contra el fraude fiscal. Pero, están equivocados los que piensan que, por este gravamen, los empresarios van a dejar de invertir en Cataluña, van a trasladar sus coches con más de 200 caballos a Galicia y van a atracar sus yates en los puertos deportivos de Baiona o Sanxenxo.

Cierto que los gallegos somos receptivos al lujo. Según gobernantes y votantes, vivimos de lujo. Cubiertas las necesidades básicas, la sofisticación está incorporada a nuestros hábitos de consumo. Las marcas ya no tienen que indicarnos en qué consiste el lujo. Disfrutamos no solo de la potencia y el sonido del motor de un coche deportivo, también de su acabado en madera y cuero, incluso de su olor. Para nosotros el lujo no es cuestión de frivolidad, sino de exclusividad, de singularidad, de personalidad. Asociamos, cotidianamente, el estatus al producto y viceversa. Somos consumidores selectivos, no compulsivos. No consumimos con ostentación. ¡Consumimos como galegos!

En Cataluña, donde hay crisis, consumen compulsivamente artículos de lujo, para reanimarse, y sacan humo a las tarjetas de crédito, para no culpabilizarse. En Galicia, donde no hay crisis, apreciamos el lujo, como signo de distinción, y exigimos calidad, a la manufactura artesana y al producto industrial. En Cataluña, los vendedores de las tiendas de artículos de lujo, que son intencionadamente bordes, marcan diferencias de idioma y trato, lo cual satisface a los compradores más clasistas. En Galicia, los vendedores, que destacan por el carácter amable, rentabilizan su bilingüismo afable, inherente a una economía desenfadada, propia de un capitalismo cordial.

Somos conscientes de que el lujo ya no es lo que era. Vemos que los segmentos de coches de alta gama y productos caros de alimentación, bebida o cosmética continúan al alza, mientras no se venden como hace unos años los accesorios personales de lujo (joyas, relojes, zapatos). Vemos que ya no hay corrupción, por lo que estos objetos propios de prebendas tienen menos salida. Vemos que la apertura de muchas tiendas de lujo va dando paso a la selección de ubicaciones privilegiadas y que la venta directa va dando paso a la venta online. Vemos que la pirámide demográfica no es una pirámide, sino un triángulo invertido, por lo que el mercado del lujo no está para millennials (jóvenes que piden autenticidad, sostenibilidad y hasta solidaridad en el consumo). Sin embargo, también vemos que nuestros mariscos son cada vez más demandados, que los cruceros vienen repletos y que los chinos están obsesionados con el consumo de artículos de lujo. Vamos a reorientar la oferta hacia ellos. No vamos a esperar a los empresarios catalanes gravados. Mientras, las puestas de sol desde el banco de Loiba, el cabo Vilán, la ensenada de Carnota o las dunas de Corrubedo siguen siendo un lujo, un lujo sin impuesto, por el momento.