En los años duros del País Vasco, jóvenes policías mostraban su perplejidad cuando desde las ventanas les arrojaban bombonas de butano. Sucedía en localidades como Rentería y Hernani, por ejemplo, feudos abertzales en los que la presión de los proetarras era tan grande que no había aire para un constitucionalista. Los bombonazos eran en defensa propia porque iban contra los cuerpos represivos de un Estado autoritario que atentaba contra los vascos. Y claro, ante la represión estaba justificada cualquier reacción, legal o ilegal, en aras de un bien mayor: la liberación del pueblo. Las imágenes de batasunos sangrando alimentaban la heroica que pretendían vivir aquellos delincuentes disfrazados de patriotas. Nunca se habló de las bombonas, sino de los porrazos policiales.
Ayer, en Cataluña, poco tardaron los independentistas en utilizar las fotografías y vídeos de cargas policiales y ciudadanos ensangrentados. Daba igual que en las escenas que se han expandido por las redes pudiera observarse a cientos de manifestantes que rodeaban, intimidaban e impedían moverse a unos pocos agentes. A los indepes también les hubiera dado igual que se les arrojaran bombonas. Nunca hablarían de ello. En su épica no hay compresión para un enemigo que simboliza los peores y más rancios valores.
Y aquí está la otra cara del juego que ya ha comenzado. En los tiempos de plomo de ETA, no siempre brilló la unidad de los partidos democráticos, pero sí casi siempre. Con sus diferencias, sus matices y sus traiciones, hubo respeto a la soberanía de España y hacia el Estado de derecho y las libertades de todos.
Pero el escenario actual es diferente. Sobre esta crisis planean demasiados buitres políticos intentando llevarse en el pico su pedazo de este país. Al olor de la debilidad del Estado, algunos propugnan una santa alianza contra Rajoy, una mayoría alternativa que sumaría a PSOE, Podemos e independentistas y que abriría una nueva era en las relaciones entre soberanistas y el Estado.
A Rajoy deberán juzgarle las urnas. Pero pensar que, en esta coyuntura, sean los independentistas quienes quiten y pongan presidente en España es una ignominia. Iglesias intenta colocar a Sánchez ante la falsa apariencia de que apoya a Rajoy. Iglesias, Colau, En Marea, -El PNV navega entre lo que quiere y lo que cree que puede querer su público- y Bildu buscan erosionar a este Estado. Veremos de qué está hecho el socialista, que ayer no perdió tiempo en atacar a un Rajoy tocado demostrando que, a su manera, puede sumarse a la bandada de buitres políticos que aprovechan la debilidad actual para zamparse España.
Lo venderán como quieran, pero es necrofagia política, con España como alimento.