
«Que no nos traten de tontainas, los bancos se van a pelear por venir a Cataluña». Así de ufano se mostraba el expresidente de la Generalitat Artur Mas hace unos años cuando trataba de espantar la peor pesadilla del independentismo: que el dinero le diese la espalda a la causa soberanista. Pesadilla que en los últimos días se ha hecho realidad y que va a ser el golpe de gracia para enterrar la intentona independentista.
Cataluña puede ser la comunidad que más aporta al PIB nacional; sus ciudadanos, los que tienen una de las rentas más altas de todo el país, y su industria, de las más potentes del Estado. Aunque es una economía más internacionalizada que la de otras muchas comunidades, gran parte de esa riqueza depende sobremanera de un mercado compuesto, no por los 7,5 millones de catalanes, sino por los casi 40 millones de consumidores del resto del país. Son muchos los que pagan la luz a Gas Natural Fenosa, los que tienen su dinero en el Banco Sabadell o los que brindan en Navidad con Freixenet. Y todas esas empresas han de mirar por el bien de sus accionistas, en primer lugar, y de sus empleados, en segundo. Con la política desaparecida, entre la sinrazón del bloque soberanista y la aparente inacción del Gobierno de Rajoy, la solución ha llegado de la mano del dinero, con una significativa huida de Cataluña de empresas, tanto en número como en la importancia de las mismas. Lo que los tribunales habían declarado ilegal e inconstitucional, el dinero lo ha declarado inviable.
Tras este golpe definitivo para la hoja de ruta de Puigdemont y Junqueras, en el aire quedan varias dudas. Una, por qué han tardado tanto en reaccionar las empresas catalanas, cuando para todos era evidente que tenían la llave para terminar con el conflicto. La segunda duda es cómo salen los impulsores de la DUI del callejón sin salida en el que se han encerrado. La lógica indica dimisión y elecciones, pero a ellos los guía la sinrazón y nada es lógico. Y la tercera, y más importante, es cuál va a ser el camino para volver a unir los dos trozos en los que esa sinrazón ha roto a la sociedad catalana y cómo recuperar los puentes rotos entre ellos y el resto de españoles.